A mi amada Ivelisse en su tercer año

A mi amada Ivelisse en su tercer año

El próximo martes, 2 de mayo se cumplen tres años que mi amada Ivelisse y nosotros perdimos la lucha contra el cáncer, pero en cambio ella logró el cielo, dejando un legado de amor, dedicación, entrega y un dolor por su ausencia que a tres años sigue latente en mí, en sus hijos y en las personas que la conocieron y aquilataron sus extraordinarias virtudes.

Nuestra relación se inició un 16 de diciembre de 1973, cuando descubrimos que nos amábamos, tras habernos conocido dos años antes. En diciembre de 1976 me gradué de ingeniero civil y el 8 de enero de 1977 el Señor bendijo nuestra unión y la ceremonia se realizó en la pequeña capilla San Judas Tadeo, oficiada por el sacerdote Amancio Escapa, hoy obispo auxiliar, sellando nuestras bodas con las palabras que nunca olvidaré: “…hasta que la muerte los separe” y efectivamente solo la muerte pudo separarnos el 2 de mayo a las 5:50 p.m.

Fuimos felices en nuestro matrimonio, al margen de los altibajos en toda pareja, el Señor nos premió con cuatro hijos (fueron cinco pero la primera, Alejandra Ivelisse, murió al otro día de nacer). El Señor nos bendijo con cuatro nietos, tres varones y una hembra. El futuro parecía prometedor y lleno de momentos felices viendo crecer nuestros nietos y progresar nuestros hijos.

Todo lo que he logrado en mi vida se lo debo al Señor y haber contado durante 40 años y cinco meses con una mujer dedicada a mí, una esposa que era mi apoyo, mi seguridad, mi ancla en los momentos de dificultades, la que me daba fortaleza cuando se presentaron enfermedades graves en nuestros hijos; Ivelisse fue el mejor regalo del Señor pues me dio un ángel, una mujer bella física y espiritualmente, bondadosa, que perdonó todos mis errores y llenó mi vida de paz, tranquilidad, armonía y felicidad.

Ivelisse no fue una simple esposa, fue una compañera, una amiga, una socia, una cómplice, una confidente, una persona que estaba para mí, para sus hijos y nietos, para todos, y supo repartir amor, caridad y servicio, porque siempre estaba dispuesta ayudar a familiares y amigos.

Fue una madre dedicada, que se esmeró en la crianza de sus hijos y siempre sacrificó sus prioridades por ellos; de igual forma fue una abuela cariñosa, dedicada y uno de sus mayores disfrutes era recoger al colegio los miércoles a Luis Alejandro, Nicolás y Javier, para pasar tarde y noche junto a ellos. Lamentablemente Ana Sophia no pudo disfrutar de esos encuentros que debieron suspenderse por su enfermedad.

Ivelisse asumió su quebranto con valentía, desde que el médico le mostró el diagnóstico al realizar la biopsia del apéndice (adenocarcinoma mucinoso), atravesó tres quimioterapias fallidas a lo largo de 14 meses, incluyendo una experimental, viajó más de una docena de veces, sufrió graves dolores y nunca se quejó, nunca se deprimió, siempre tuvo fe de que sanaría y ella fue la que nos dio fortaleza para soportar, sin expresarlo, el gran dolor de verla deteriorándose y saber que ya no había tratamiento para su enfermedad.
Ivelisse dejó un legado de amor y recuerdos hermosos. Han sido muy difíciles estos tres años sin su presencia física y solo la fortaleza que da la fe en Jesús me ha permitido seguir adelante y confiar, como buen cristiano, que a la hora de mi partida el Todopoderoso permitirá que ella me reciba, aunque no merezca estar en la misma dimensión de su alma.

Con la misma conformidad del paciente Job repito sus palabras: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; Bendito sea el nombre del Señor».

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