A mi colega Orlando Gil

A mi colega Orlando Gil

En los primeros años de la década del setenta laboré en el vespertino Última Hora como reportero, y tuve como compañero de labor al talentoso y culto periodista Orlando Gil.

Además de las excelentes relaciones de amistad que mantenemos desde entonces, agradezco al combatiente y combatido colega los criterios elogiosos que sobre mi modesta producción literaria ha externado en varios artículos.

Pero al analizar la propuesta de mi esposa Ivelisse a la comisión política del Partido Revolucionario Dominicano, de incluir en la comisión organizadora de la convención  a los miembros locales de su Secretaría Nacional de Educación y Doctrina se refiere a su voz cansada y su paso lento.

Quedé sorprendido por lo innecesario del detalle, sobre todo porque eso no resta nada a la inteligencia ni a la sólida cultura de mi cónyuge, como tampoco la contundente obesidad del colega, que impide agilidades y destrezas deportivas, puede citarse para cuestionar sus trabajos periodísticos.

En cuanto a la lentitud locomotriz de Ivelisse, es debida a que tuvo un par de caídas que me llevaron a pedirle que mantuviera extremo cuidado de no sufrir una tercera, debido a la fragilidad ósea de los que tenemos más de quince años de edad.

El otrora esbelto y melenudo comunicador conoce, al igual que yo, los estragos que en las anatomías va produciendo el discurrir de las hojas del calendario, porque transita con sus sesenta y tantos años, por rutas de ancianidad.

Porque los médicos y los seguros de vida colocan los sesenta años de edad biológica como el inicio de esa tan deseada como temida etapa de la vida.

Etapa que lleva a algunos congéneres, poseedores de  renombre, o de aurífera bonanza, a amancebarse, o matrimoniarse, con jovencitas de rostros gráciles, y cuerpos infartógenos de carnes apretadas.

Esto conlleva el suplicio de celos otelianos, generados por la disminución geriátrica de la acometividad chiveril, que se manifiesta  con kilométricas recriminaciones, a veces acompañadas de galletas, pellizcos y patadas.

A los jóvenes que hacen mofa de mi carga de años, les recuerdo que la única forma de no llegar a viejo es morirse joven.

Algo que felizmente no ocurrió conmigo, con Yvelisse, ni con el anciano incipiente, mi apreciado colega Orlando Gil.  

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