A mi hermano ¡In memóriam!

A mi hermano ¡In memóriam!

Gustavo Adolfo, te has ido de un soplo hacia la muerte. Se ha dicho que ni la muerte ni el sol pueden ser vistos de frente sin parpadear. La vi llegar, la vi aposentarse a tu lado y te confieso que quise alejarte del camino donde su omnipresencia deambula y reinan la angustia, la expiración y el invierno. Hoy, al cumplir un mes de tu partida terrenal y poder recordarte junto a mis siempre benévolos lectores, tal vez esto rescate algo de la alegría pasada, cuando esa alegría era plena, era total, esa que tanto disfrutamos por provenir de un hogar donde el amor brotaba a borbotones y en el que tuvimos una infancia muy feliz por don José y doña Vaganiona, todos en el alón de un recuerdo vivo. Sin embargo, ese recuerdo de la felicidad que se fue encierra en sí, la misma indestructible tristeza.

El recuerdo que tengo tuyo más temprano es de correr empujando tu carrito cuando todavía no caminabas, desde ese entonces fuimos inseparables. Cuando llamé a nuestra hermana Celeste para informarle de tu despedida terrenal, en unos segundos de un silente volotear de angustias, en el que no pudimos articular palabras, pensé entonces en los versos del Pablo más grande de Chile: “No se me ocurre más que el transparente estío, no canto más que al viento, y así pasa la historia con su carro recogiendo mortajas y medallas, y pasa, y yo siento ríos, me quedo solo con la primavera”.

Fuiste un ser muy sociable, por esos tus cofrades y amiguitos de infancia vinieron todos a acompañarte en tu despedida, cada uno trajo una flor blanca al verlos entrar se agolparon tantos recuerdos en mi mente como espantadizas estrellas, pero me ayudo para resumirlos de nuestro Pedro nacional, el más rapsoda de nuestro parnaso: “No te decimos adiós. Tú no te has ido. Tú estás en el recuerdo palpitante y eterno en las raigambres del gemido. Cada lágrima flor del estudiante, apretada en el pecho conmovido, será como un puñal de sentimiento que querrá defenderte del olvido”.

Fuiste un ser valiente y diáfano, viviste intensamente la vida, con amores y desamores, como si quisieras ganarle tiempo a la vida para cuando llegara este cruel tiempo de un tiempo tan a destiempo. Nadie puede escapársele a ese oscuro invierno, no hay huida de ese turno agonizante e indefectible de empacar.

No creías en el luto, por eso te fuiste primero para dejarnos a nosotros vivirlo, para eso cito al gran Mario de Uruguay: “Hay palabras que llegan con su luto en cambio ya no vemos las de nieve, la tristeza a hurtadillas nos vigila y su silencio cándido estremece, el bosque nos devela con su sombra y es poco lo que el mundo nos promete, se van los pajaritos y las nubes y nos quedamos solos como siempre”.

Empedernido contestatario, perenne defensor de los valores morales, fuiste incorruptible por herencia cósmica. Te espiritualizaste, por eso te vi partir en suprema paz esa madrugada. Por las coincidencias me permito citar a otro de mis preferidos, al español Miguel Hernández: “Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono la muerte enamorada, no perdono la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedientas de catástrofes y hambrientas. En las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”. ¡Descansa en paz nuestro inolvidable Tavo!

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