A mi hijo Omar

A mi hijo Omar

JOSÉ SILIÉ RUIZ
La vida es un tirón, tan fugaz como un soplo, eso lo estoy viviendo, pues hace unos días vi una nota donde leía: «pagar derechos de graduación de Omar». Eres mi único hijo varón, y te debo decir el gran orgullo sentido en el hondón de mi corazón cuando naciste, donde se juntaron un poco de vanidad por la perpetuidad del apellido o tal vez con un poco de «egoísmo masculino» pues iba a tener un «socio», que como tal ha acontecido en todos los sentidos, hemos sido más que amigos, y hoy el «niño» está más alto que el padre y es ya un profesional.

La confraternidad, la aprendí de mi padre, y me regocijo de que tú por igual la hayas ejercitado y eso me ha hecho más que feliz, dichosamente nunca he tenido de ti esas «indocilidades» sin fundamento, esas malquerencias inmaduras y dolorosas que muchas veces matizan amargamente las relaciones de padres e hijos.

Sé que eres un gran «rebelde», pero has canalizado esos ímpetus juveniles y tu gran inteligencia, con la consagración al estudio, a un liderazgo preponderante, y a una vida digna. No sin razón siempre fuiste delegado de curso tanto aquí como en Washington, y eres actualmente el presidente de la Asociación de Estudiantes de Economía de la Pucamaima, donde hemos sabido que te recibirás con los máximos honores. La última sorpresa grata de las tantas buenas que nos has dado, fue al leer en la prensa nacional hace unos días, de que fuiste nominado como Premio Nacional de Juventud, en el renglón Excelencia Académica.

Recuerdo tu nacimiento hace un «corto» tiempo, el zorzal de Buenos Aires lo dijo en uno de sus tangos, que 20 años no eran nada, sí, en verdad no son nada, pues ayer mismo correteabas con tu «brum, brum», un carrito que manejabas con gran destreza, en esa infancia feliz en la que cumpliste por igual con eso de «disfrazarse». Te recuerdo aún niño con mis pantuflas y corbatas puestas, con sombrero y unos lentes oscuros, qué bueno que cumpliste esa etapa muy temprano, y hoy no andas con aretes ni vestido de «chango», desaliñado, privando en «joe», muy por el contrario eres muy formal y responsable, lo que nos llena de mucho orgullo a todos los que te queremos.

Estás en el umbral de tu vida profesional, muy bien sabía yo que la ibas a dedicar a la economía o la banca, pues recuerdo que un verano llegaste a casa con un trofeo y una cuenta, ganados sobre unos 200 jóvenes que hicieron junto a ti una pasantía bancaria. Fue cuando penosamente acepté que no ibas a seguir por el sendero de Escolapio y heredarme en este campo de la sanación y la prevención en salud. Desde la primaria en todas las «Noches de Honores» del colegio subiste a recibir reconocimientos por tus excelencias y méritos estudiantiles. En el colegio Babeque, a ustedes tres, junto a tus hermanas Carolina y Melissa, les correspondió decir los discursos por el más alto honor en sus respectivas graduaciones.

Ya concluyes tu carrera universitaria y te enfrentarás a retos diferentes y quiero como padre en el mes de la amistad, darte unos consejos. Lo primero, es que no olvides nunca que el hombre es una dualidad: materia y «espíritu», esto último vívelo sin fanatismos pero no descuides nunca esa parte espiritual, filosofa siempre con el mártir del gólgota. En cualquier campo al que te dediques en la economía, no olvides para que lo reverencies, que el hombre es consecuencia de su ascendencia, que lo moral debe primar, que lo tangible y material no sea lo primordial en tu vida, si así fuera serás muy infeliz, pues lo que el dinero compra, «poco» valor tiene. Hago mías y para ti, las palabras de un admirado, el Dr. José Miguel Gómez: «Antes, mucho antes de la modernidad y la mundialización del mercado, cada cual en su aldea, comunidad, barrio, podía lograr la validación, el reconocimiento, el respeto, a través de lo intangible: la palabra, la moral, el rostro conocido, las causas defendidas, la decencia, la vergüenza de su pasado y la hoja de vida asumida. Hoy, parece que la sociedad apuesta a lo tangible, se rinde ante el dinero, las cosas, la belleza, el placer, la cultura de la prisa, el facilismo y el relativismo ético priman». Espero que tú, mí querido hijo Omar, logres ese desarrollo humano superior tan necesario para entender que la felicidad permanente, es la que más vale en la íntima conciencia, y sólo se logra con el correcto proceder por toda la vida. Pues sólo hay una verdadera aristocracia, la del pensamiento y el proceder; perdóname por ser persistente, seguiremos «conversando» el próximo domingo, con cariños, tu padre.

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