A Miguel, en nombre de lo que no te dimos

A Miguel, en nombre de lo que no te dimos

Son hijos de la miseria y el olvido. También de la irresponsabilidad y de un sistema que no les hace justicia. Son excluidos y han sido lastimados desde el momento en que salieron al mundo. Sin embargo, queremos que sean gente de bien.

Muchos se sobreponen y lo consiguen. En lugar de ser capitanes de la arena, como aquellos que magistralmente nos dibujara Jorge Amado, han sabido dejar atrás la adversidad y abrirse camino a golpe de constancia.

Otros, como Miguel Méndez Figueroa, no han tenido esa suerte. Tras vivir la tragedia de perder a su madre a los cinco años, se crió con un abuelo de crianza y hace poco salió de un programa de rehabilitación de drogas. Su vida, por tanto, hasta ahora había sido  un  infierno. De no ser así, es probable que  nunca se hubiese tirado a la calle para “ganarse” el sustento.

Estos días son muchos los que hablan de los limpiavidrios que están en las esquinas de la ciudad. Cual si fueran una plaga se les condena y se les maltrata, nueva vez, como si nosotros no fuéramos los causantes de que ellos vivan y se comporten así.

En una sociedad que no les ofrece oportunidades, con un Gobierno que mira hacia otro lado y le importa un comino lo que pase con la gente que vive de/en la calle, es una mezquindad venir a quejarse de lo hostiles que son con los conductores, en lugar de pensar en lo mal que los hemos tratado.

Hoy,  tras el asesinato de Miguel, pensemos en esa realidad. También en cómo nos comportamos con esos niños y jóvenes. ¿Somos dulces? No. Entonces no esperemos que ellos lo sean.

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