Mucho antes del 1990 cuando Víctor Rodríguez escribió un artículo sobre el Complejo de Guacanagarix, refiriéndose a la tendencia de autoridades gubernamentales a favorecer opiniones extranjeras por encima de las dominicanas, ya en materia político partidaria entre finales de 1970 y principios del 80, hablamos mucho de ese complejo en el desaparecido Partido Revolucionario Social Cristiano (no el Reformista), cuando defendíamos el destino de un partido ideológico que luchaba por la justicia social, pero que por influencias extranjeras le quietaron el machete verde para convertirlo en gallo colorao.
Ciertamente hubo mucho de verdad en ambas referencias a esa tendencia, sin embargo, el Complejo de Guacanagarix no solo debería aplicarse con relación a los extranjeros, sino también a las opiniones y participación de nacionales ajenos a las dependencias u organizaciones, sin darle la importancia que merecen las que desde adentro pueden y tienen talento para hacerlo.
Es cierto que en cualquier actividad siempre serán buenos los emergentes, pero como en los deportes, éstos deben tener uniforme, haber practicado y conocer bien las reglas y a los demás compañeros de equipo, porque el mejor jugador estrella sin haber practicado y sin conocer la mística del conjunto, en vez de bien podría causar dificultades peores.
Traigo esto a colación porque sobre todo los principales partidos del país cuentan con suficientes dirigentes y militantes que conocen más que nadie sus raíces como las causas de sus problemas, y aunque en determinadas coyunturas hayan podido estar de un lado o de otro en las luchas internas, nadie puede dudar de que la capacidad, historial y amor hacia su partido puedan colocarse por encima de las luchas grupales y servir de entes de conciliación o búsqueda de posibles entendimientos.
En el PRD, y me refiero a los perredeístas de cualquiera de las tendencias, grupos o simpatías, deberían agotar por sí mismos todas las posibilidades, no importa si tropiezan una y varias veces más, pero entre ellos. Aprendiendo a lavar sus platos en casa y recordando que representan una casa que todo el mundo observa, no importa quién paga el alquiler, pues todo lo que hagan o digan en cualquiera de los lados, altera la casa en su conjunto. No a una u otra parte, los afecta a todos.
Los dirigentes perredeístas también deberían tener en cuenta que a nadie le duele más su partido que a ellos mismos. En tal virtud, la mejor y más sana ayuda que se les podría ofrecer es, estimularlos a reencontrarse a sí mismos.
Que le den muestras al país de que por si solos son capaces de superar las dificultades, y de lograrlo, pueden tener la seguridad de que podrán emerger con las mismas fuerzas con que se presentaron en el último torneo electoral, o con más posibilidades. Recordando además, que las organizaciones que dependen de fuerzas o inversiones ajenas para mantenerse a flote, corren el riesgo de quedar a merced de ellos.