Conmociones profundas, labraron, a golpes de martillo, el perfil de nuestro rostro cultural e identidad. Paso a saltos, irían particularizando, multiplicando en el tiempo sus acentuados rasgos de caracterización diferenciada, delineando sutilmente nuestra musculatura social, estructurando, cincelando, y finalmente, conjugando la fortaleza visceral de nuestra escultura idiosincrásica y el espíritu auténtico del ser dominicano. Rasgos, más allá de lo físico hacia su quintaesencia, alimentaron y germinaron su coherencia virgen, cuasi-escondidos, desde una brumosa génesis Pre-Temporal.
Poca atención hemos dedicado a tomar en cuenta el valor cualitativamente determinante de todas estas circunstancias. ¿Porque somos lo que somos y como somos? Aunque perdemos la perspectiva en el espejo y nos confunde, a la vez, resulta un sabio “recurso” con que nos obliga la propia naturaleza, impulsándonos a enfrentarnos al compromiso intrínseco de ir perfilando, esculpiendo, depurando y transformando, con instintiva coherencia y arte, ineludiblemente, nuestro hombre, nuestra familia, nuestra sociedad y nuestra Nación de futuro.
31 años de dictadura, lastimaron el lecho de la fe y socavaron una autenticidad que hubo de costar siglos construir, delinear en su esencia, fisonomía y hondura propias. Estamos obligados a resaltar lo que la prisa de la egocéntrica Conquista y las incapacidades posteriores, perdieron de vista o, penosamente, ni siquiera acertaran a valorar.
Los rasgos y caracteres con que la naturaleza ha marcado la quintaesencia profunda del hombre, se delatan, imponen y manifiestan, solo en las grandes crisis. Ese “Algo”, crecido más allá de lo personal hacia lo colectivo, ignorado e insospechadamente latente, dormita, sin que lo percibamos, en lo profundo de nosotros mismos. Lo trascendentemente visceral, es lo que, inevitablemente, explica la fuerza metálica comprometida que diferencia naciones, individuos, razas o tribus, y en un momento dado, se manifiesta y confirma en los arquetipos que dan el paso y trascienden. Los hombres a quienes la historia no tendrá con qué pagar su sacrificio o ejemplo y cuya siembra regalada queda prendida en la testa de los pueblos, trátese ya de Héroes rotundos o Cristos anónimos.
Un primer síntoma de esta elocuencia, asoma en Hatuey. Sobrehumano! Hay un ¡No! de primitivos principios instintivos, que evidencian, entre los ecos repetidos de su actitud indómita, una siembra imperceptiblemente ya atesorada en nuestros conductos genéticos. Quemado vivo sin proferir una sola queja, marca un valor animálico inconcebiblemente humano, llamarada feroz incendiando los abismos del instinto, más allá del coraje. Hierve la mirada… Hatuey, Caonabo, Guarionex, Anacaona, Ozema, Bohechío, Cotubanamá. Desorbitado y flameante, erupciona… Enriquillo.
Aun con su verga genética aborigen, Enriquillo era, culturalmente, un ¡criollo! Su excepcional inteligencia había sido educada, moldeada y formada “a la española”, asumiendo conocimientos en el uso de sus armas e ideosincracia. Mientras tanto, sus viscerales concepciones morales y de tradición permanecieron intactas, y aquella percepción de intuitiva herencia cultural taina, lo capacitó para enfrentar, vencer y humillar al Conquistador. Conocía sus debilidades. Su estrategia de lucha durante 14 largos años, crearon, de hecho, una virtual “Nación Aborigen” al margen de la conquista, y demostró el Genio latente en las inteligencias y valores de la raza; bullente y magnético, en la transformación de la sociedad múltiple que habríamos de ir consolidando hacia el futuro.
Álvarez Chanca, médico que acompañara a Colón en su segundo viaje, testigo de la destrucción de “La Navidad” por Caonabo, afirma, luego de presionar e insistir en examinar físicamente a un Guacanagarix negado, que éste había engañado al Descubridor, que su pierna “herida” estaba sana y que debió ser fusilado.
¿Hasta dónde podemos medir, dimensionar e historiar, aquel enfrentamiento entre aborígenes en “defensa” de españoles? ¿Porque desaparece voluntariamente Guacanagarix de todo escenario histórico y no progresa aquella “supuesta” incondicionalidad amistosa? ¿Quién pudo traducir los hechos y ocurrencias del idioma taíno al español, si aquellos fueron exterminados totalmente, sin constancia testimonial posible, ante el desconocimiento de la lengua indígena y éstos de la española.
Sería ignorante desarraigar o desconocer en el alma anciana de esta primera sociedad que surgiera en el Nuevo Mundo desde 1492, el sentido forzosamente autodependiente, orgánicamente diferenciada y visceralmente atada al vientre de su propia tierra y naturaleza, que fuera conformando y transformando el basamento cualitativo de aquella sociedad “criolla”, en la coherencia de nación y pueblo que somos hoy.
Del Caonabo indómito al invencible Enriquillo a la primera rebelión de Negros a orillas de la Primada Historia; de los sacudimientos ambivalentes de Roldán hacia un espacio justo e igualitario para españoles y aborígenes; de las desobediencias desafiantes criollas frente a las órdenes del Rey en las “Devastaciones de Osorio”, hasta las luchas por desalojar la piratería tortuguera y las ocupaciones culpables de nuestro territorio.
De los ducados sacrílegos de un ladrón de mares y saqueador de iglesias como Francis Drake, al espanto asustadizo de Penn y Venables, hasta la sangre santiaguera derramada en una guerra ajena, defendiendo el corazón de este sueño del desamparo indiferente y los acosos golosos del pillaje francés aventurero, que aborta en la bestialidad haitiana, hasta los imperdonables y catastróficos Tratados Malditos de subastadores de pueblos y fronteras sangrantes, sin conciencia culpable alguna, como si aquellos fuésemos bestias y no seres humanos, quienes enfermaran al delirio aquella primitiva negritud beligerante, que no ha sido capaz de despertar de su terca pesadilla canibalesca.
El desvarío aberrante de que para ser “primero de los negros” o “primero de los blancos” importara el color del pellejo y no las profundidades de un liderazgo de elevada inteligencia, coherente de propósitos patrióticos constructivos de auténtica fertilidad colectiva, para cultivar y florecer la conciencia visceral de una verdadera expresión de Nación civilizada.
Aquel pesebre virginal, de carácter imborrable ente los hitos históricos de la humanidad, pertenece por destino de Dios a nuestro Santo Domingo de colones, aborígenes y negritudes, primigenias universidades, iglesias, catedrales… hogar y síntesis de trinos de sonoridad eterna y tórridos amores de huellas edén-nacidas.
El valor sustancial intrínseco de la Nacionalidad, tiene su proceso de concreción en el tiempo y en la evolución conceptual genética que manifiesta el ser en lo profundo de su formación e inteligencia, frente al compromiso de asumir con sentido de Patria, el destino colectivo de hombre y territorio.
En los dominicanos el proceso despertó sin bostezos, muy temprano. Independiente de las altivas sublevaciones de nuestros héroes tainos, cuando el Criollo indócil se opone a abandonar sus pueblos frente a una “Orden Real” en aquellas “Devastaciones de Osorio (1605), es obvio que ya está pensando y actuando como “Dominicano” visceral y no como “Español” de segundo orden. Un síntoma que toma definición y fortaleza a lo largo de todo el siglo XIX. Un largo transitar tormentoso para arribar a ser… el pueblo que somos hoy.
Cuba fue el último país que se independizó de España y el trauma inmanente del papel de Estados Unidos en esa parte injusta de su historia ha marcado la conducta cubana, para bien o para mal. Quien entrega el poder al Primer Presidente Cubano, Estrada Palma, es el Gobernador Americano Wood en 1902. Guantánamo es un tumor que supura aún aquella historia.
No puede ser ajena a estos tormentos la presencia del Genial Máximo Gómez como eje de la Independencia cubana, ni el vacío suicida de José Martí y su muerte auto-provocada, en la antesala fatal de aquella improvisada escaramuza primera, que lo extraña para siempre del capítulo donde se inicia, precisamente, la historia que protagonizara su esperanza.
Nosotros… habíamos ya eliminado al dictador Lilís… Un mayo cualquiera… Trujillo… Sabíamos lo que queríamos……. y lo que no queremos.