A ocho meses de la tragedia haitiana

A ocho meses de la tragedia haitiana

Mañana se cumplen ocho meses de aquella tarde de enero, cuando Puerto Príncipe fue sacudido por un terrible terremoto que llevó la destrucción y la muerte para hundir en la pobreza a cientos de miles de haitianos que, desamparados, vieron derrumbarse sus viviendas y sueños de subsistencia con pérdida de sus hogares.

Aquella tarde invernal, a las 5:53 de la hora dominicana, en que nosotros nos vimos estremecidos por ese movimiento telúrico, se inició una nueva etapa de la tragedia haitiana, que no tiene fin desde que se sacudieron de la esclavitud en 1791, provocando una cruenta lucha, matizada por las matanzas de los colonos franceses y pretendieron ser los amos de la isla. Así pasaron de la colonia más rica de Francia al país más pobre del continente americano.

Lo que hemos vivido los dominicanos, después de ese 12 enero, marca un cambio radical en las relaciones de los dos países de la isla, cuando el presidente Fernández, consciente de sus responsabilidades isleñas y de la historia, se volcó en todos los escenarios internacionales para recabar la ayuda y soporte a la recuperación haitiana. Esta todavía no se materializa, pese a la presencia como coordinador del  ex presidente norteamericano Bill Clinton, así como los compromisos de las naciones para una ayuda millonaria a Haití, que solo se ha quedado en la llegada al país de pocos millones de dólares. El resto del dinero no aparece en un país derrotado por la naturaleza.

No hay dudas que prevalece una sólida enraizada desconfianza con las autoridades y pueblo haitiano, en cuanto al manejo de dinero. Parece que no existe una entidad suficientemente poderosa que pueda lidiar con esa voracidad de los políticos haitianos, que en el pasado se han caracterizado por dilapidar recursos externos de préstamos y llevan hacia el abismo a ese pobre pueblo, que no ve el fin cercano de sus padecimientos. Y eso que ahora quieren imponerles unas elecciones presidenciales, para así agravar más su pobreza.

El resultado de la desconfianza actual para enviar a raudales la ayuda prometida, reside en el gran temor de las naciones y organismos donantes de que su ayuda se diluya, como otras tantas, que nadie sabe cuál fue su destino final. Eran préstamos de organismos de crédito que enfrentaron una maquinaria burocrática muy corrupta, conocedores de los métodos de evitar que los recursos llegaran a su destino.

Lo anterior ha obligado a que mucha ayuda se haya canalizado directamente por las entidades internacionales caritativas, o de créditos blandos o donaciones, las cuales tienen una peculiar manera de administrar esos recursos. Si en Haití se recibe un dólar de ayuda, donada o prestada, tiene la mala suerte que el 65% de ese dólar es para cubrir dietas de los funcionarios y técnicos, sus traslados, sus alojamientos, combustibles, uso de vehículos del año de doble tracción, boletos aéreos y fines de semana en Dominicana para botar el stress de un arduo trabajo. Es una filantropía que es bien pagada y mantener sus billeteras bien repletas, para tener a un personal conforme, viviendo mezclado con las precariedades de un país que le falta de todo pero conservando la dignidad de su raza.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas