El vuelco de sufragios hacia una parte del espectro no llega solo. Los elegidos reciben en inevitable adición una carga de pasivos sociales de años a ser cobrados al Estado. Probablemente de todos los años habidos y por haber. No comenzar a saldarlos a un ritmo esperanzador, con mínimos y firmes saciados de sed en ausencia de varitas mágicas, convertiría la falta de soluciones en incentivo a la impaciencia de multitudes.
Un incordio contra la gobernanza a ser espoleado en alguna medida por antiguos coparticipantes del histórico lastre. El riesgo sería mayor si no se supera la tendencia a extender querellas que dividen al país político que podrían llegar al extremo de no secundar las buenas causas de los ejercicios de poder por la mezquindad de emprenderlas el adversario electoral a cargo de la cosa pública.
Además, advertido debe estar todo el mundo de que la caída de un maná cuasi celestial no cabe entre los «fenómenos meteorológicos» predecibles ni siquiera bajo el logro previo de consensos nacionales.
Ojalá que se cumpla la señal de que los electores saben esperar: las encuestas serias, que una vez más superaron la siembra de desconfianza a que se lanzó una trinchera, indicaron que la misma mayoría que favorecía la opción que resultó ganadora proyectaba inconformidad con el presente a ser modificado mediante el voto, única y exclusivamente. los litorales partidarios tienen un deber elemental con la preservación de la convivencia. Sin una eficiente suma de voluntades el camino hacia el bien sería más largo.