A pesar de todo: El Teatro A Rafael Villalona, siempre

A pesar de todo: El Teatro A Rafael Villalona, siempre

En el género de teatro infantil se distingue la poeta petromacorisana Carmen Natalia Martínez Bonilla, posteriormente una destacada opositora al régimen de Trujillo, exiliada durante muchos años en Puerto Rico, con sus obras de teatro infantil y radial, las cuales da a conocer en Puerto Rico.
Nacida en 1919, también podría considerarse como una dramaturga de este período la Dra. Luz María Delfín de Rodríguez, profesora autora de las siguientes obras: La viuda de Don Julián; Te esperaré en el cielo; La otra mitad del mundo; Rica, pero muy rica; Malditos celos; Concurso la mejor madre, y varias comedias infantiles, entre ellas: Maneras de decir te quiero, Feliz Navidad, Jesús ha nacido, Como el arcoíris, Caperucita moderna y La ratita presumida. Estas obras se presentaron generalmente en veladas, escuelas y actos culturales, hasta que en 1993, la autora se dio a conocer al gran público con su obra El amor llega a cualquier edad, presentada en la Sala Ravelo del Teatro Nacional con gran éxito, recibiendo las nominaciones a la mejor obra, mejor director, mejor actriz principal, y mejor actor principal, de los Premios Casandra de 1993.
Dado el carácter represivo de la dictadura, muchas de estas obras recurrieron a lo simbólico y universalista, así como al oficialismo, lo cual impidió que se sentaran las bases para el florecimiento de un nuevo camino en el teatro.
Pos-Era de Trujillo
Trujillo es ajusticiado en 1961, y en el período de transición de la destrujillización, entre el 1961 y 1963, se escriben varias obras, representándose siete curiosamente en un mismo año: 1963, durante el efímero Gobierno de Juan Bosch.
Los dramaturgos que nacen entonces son: Máximo Avilés Blonda, Iván García, Rafael Vásquez, Rafael Añez Bergés, Marcio Veloz Maggiolo y Héctor Incháustegui Cabral. Con el surgimiento de este grupo cambia la política cultural que había normado al país desde el 30 de agosto de 1901 hasta el 22 de agosto de 1963.
En sentido general, el final de la Era de Trujillo no representó un cambio fundamental en el hacer artístico y teatral de República Dominicana, pero ya existían tres dramaturgos que podían significar un punto de partida, en el sentido textual, en el teatro dominicano: Avilés Blonda, Manuel Rueda y Franklin Domínguez, aunque en lo concerniente a la mujer los textos siguieron perpetuando la imagen que de ella reproduce la llamada “cultura nacional”.
En la generación posterior de dramaturgos, la visión de la mujer comienza a reflejar los cambios que se operan en la condición social del género femenino, producto del acelerado proceso de trasformación social que experimenta el país a partir de la desaparición de la dictadura; un proceso donde las mujeres juegan un papel importante.
Entre el grupo de dramaturgos que surge en ese período se distinguen Giovanny Cruz, cuyos personajes centrales, en un noventa por ciento de las obras, son femeninos y “dialécticos”, como por ejemplo Amanda y La Virgen de los Narcisos; Arturo Rodríguez, quien a modo de un Tennessee Williams criollo, gusta de explorar la psicología femenina, como en su obra Cordon Umbilical; y Reynaldo Disla, entre otros, cuyas obras continúan tratando los personajes femeninos de manera convencional.
Es apenas en la década de los ochenta cuando, como en la poesía, que comienza a surgir un “boom de mujeres dramaturgas”, encabezado por Germana Quintana, directora de la Co. Teatral “Las Máscaras”, con sus obras: Mea Culpa; No quiero ser fuerte, (segundo premio en el concurso de Casa de Teatro, de 1987); La querida de Don José; Mi divina loca; La hierba no da fruto (mención del concurso de Casa de Teatro); En el bar de los sueños rotos; Ellas también son historia y La Coronela.
En esas obras Germana rescata el ejemplo de Manuelita Sáenz, llamada La Libertadora del Libertador Simón Bolívar; a las heroínas de la historia dominicana, desde Rosa Duarte hasta las Hermanas Mirabal; y la memoria de Juana Saltitopa, a quien rinde tributo en La Coronela.
Doña Carmen Quidiello de Bosch, con sus obras Alguien espera bajo el puente; el Peregrino de la capa tornasoleada; y con una obra paradigmática llamada la Eterna Eva y el insoportable Adán, un intento de reescribir el Génesis desde la perspectiva femenina; Sabrina Román, con su obra Carrousel de Mecedoras, donde plantea el drama de los envejecientes; y Sherezada (Chiqui) Vicioso, con sus obras Wish-Ky Sour, Premio Nacional del Teatro de 1996, donde trabaja la rebeldía de la mujer envejeciente frente a los estereotipos de la sociedad que tienden a limitarla; Y no todo era amor, obra basada en la vida de Salomé Ureña y su epistolario, de donde se creó el monólogo Salomé U: Cartas a una ausencia; Perrerías, sobre el conflicto entre una intelectual y un hombre marginal; Desvelo, basado en un diálogo entre Salomé Ureña y Emily Dickinson y Nuyor/islas, sobre la soledad que enfrentan los dominicanos y dominicanas que se retiran del país, de regreso desde Nueva York.
Explorando el género musical, escribe Magdalena, obra de danza teatro, y termina la selección de esta antología con su homenaje a la primera médica dominicana: Andrea Evangelina Rodríguez.
Otras dramaturgas recientes, cuyas obras han tenido un gran impacto son Carlota Carretero, con El último asalto a Santo Domingo, dramaturgia inter-textual, donde utiliza fragmentos de varios autores dominicanos sobre la ciudad; Falsos Profetas, sobre la problemática de los barrios populares y la necesidad de una autogestión libertadora; Y la tierra es de nosotros, sobre la legendaria líder campesina Mamá Tingó; Elizabeth Ovalle, ganadora del premio de Casa de Teatro con su obra Por hora y también autora de la obra Alerta Roja; y muy recientemente la poeta y cuentista Rita Indiana Hernández, con una obra de creación colectiva del Teatro Cimarrón, titulada Puentes.

Como un hecho interesante se destaca el surgimiento en la ciudad de Buenos Aires, de la dramaturga dominicana María Isabel Bosch, con su obra en tres monólogos Las Viajeras, donde explora la realidad de las emigrantes dominicanas en Argentina, y sus múltiples sufrimientos como trabajadoras domésticas, prostitutas e inmigrantes ilegales en un país adonde existen unas cincuenta mil mujeres dominicanas, atraídas por el hecho de que no necesitaban visado para viajar a ese país.

Con estos tres ensayos publicados amablemente por Areito sobre teatro, rindo tributo a todas las dramaturgas dominicanas y muy en especial a la dedicación y generosidad de Rafael Villalona, quien premió mi primera obra Trago Amargo y me orientó en otros temas, y a mi madre, origen y cauce, siempre presente.

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