En todos los lugares del mundo hay sabios de plazuela, unos tipos que pontifican en las plazas públicas acerca de diversos asuntos: religión, política, cosmología, alimentación. También existen sabios de taberna que, estimulados por unas cuantas copas de vino, se atreven a pronosticar el futuro político de las grandes naciones o la marcha de la economía mundial. Creo que estos últimos son los mejores sabihondos, pues después de dormir una siesta olvidan completamente sus profecías. No quiero en modo alguno disminuir la importancia de los sabios de parque: entre ellos está nada menos que Sócrates, fundador de la devoción por el razonamiento.
El famoso Hyde Park de Londres es un sitio donde sujetos estrafalarios pronuncian discursos de toda índole sin que la policía los aprese. El público puede escuchar si lo desea, adherirse a sus opiniones o abuchearlos. Esta costumbre favorece las instituciones democráticas, fomenta la tolerancia ideológica y produce un desagüe psíquico utilísimo para la higiene mental. Para ser justos, tendremos que incluir en la lista a los sabios de periódicos, individuos que hacen comentarios acerca de cuanto ocurre a su alrededor.
Todo el que tiene ojos ve un pedazo del paisaje. Cada visión tiene un puesto legítimo en el cosmos. Aunque no sea una visión profunda. Lo superficial tiene, para fines humanos, los mismos derechos que aquello que permanece debajo, escondido. Las opiniones de expertos financieros y profesores de economía política parecen tener más peso que las chácharas de los sabiotazos ordinarios. El magnate George Soros encabezó anteayer una lista de 1,300 empresarios que claman por salvar el euro de la inestabilidad actual.
Proponen la creación de un tesoro europeo, la emisión de bonos europeos que apuntalen la banca del viejo mundo. El hombre común, el que acude a las plazas y a las tabernas, debe expresarse con fuerza en medio de este griterío monetario. Los hombres ricos están invirtiendo en bienes tangibles a toda velocidad; desconfían de las monedas; prefieren el oro, los inmuebles, las máquinas, las materias primas para producción. Un edificio es mejor que cualquier título financiero valorado en euros, dólares o pesos. Cada sector de la sociedad observa un pedazo del paisaje. Ve solamente el paisaje que le toca.