Desde que un dominicano se levanta de la cama, hasta que anochece, debe permanecer en guardia, como si practicara esgrima con florete. No puede descuidarse un instante; si abandonara ese ingrato estado de alerta general correría el riesgo de sufrir un sinfín de dificultades. Tan pronto amanece, la primera tarea es ver si hay agua en las tuberías del acueducto. Es necesario prever si será posible bañarse bajo la ducha. Verificar si la cisterna está vacía es un paso obligado para evitar que se queme la bomba aspirante. Puede suceder, sin embargo, que teniendo la cisterna llena no pueda utilizarla por falta de energía eléctrica.
Hace algunos años escribí acerca de las onerosas tripletas triples que lastran la vida en la RD. Una casa dominicana de clase media debe disponer de tres vías energéticas: contrato con la CDEE, planta eléctrica y un inversor. Esa primera tripleta domestica no garantiza el servicio; si el apagón es muy largo podrían descargarse las baterías o agotarse los combustibles. Con el agua sucede igual: contrato con la CAASD, cisterna y tinaco. Esta tripleta hídrica tampoco garantiza la continuidad del flujo del agua en los hogares dominicanos. Con la seguridad ocurre lo mismo. No basta con una cerradura o un candado; necesitamos, además, alarmas y guachimanes. Tripleta muy usual en zonas residenciales y en locales de negocios.
Pero a esta vieja situación se fueron agregando otras complicaciones nuevas. Los ladrones han aumentado en número e incrementado su efectividad. En el exterior de muchos edificios de apartamentos se instalan luces con sensores de movimiento; también lámparas potentes para iluminar los lugares de estacionamiento de automóviles. Un vehículo común y corriente requiere multi-lock, bastón o alarma eléctrica automática. El propietario ha de estar pendiente de que no le roben tapabocinas, limpiaparabrisas. Si deja en el asiento un maletín o algo parecido a un computador, lo más seguro es que rompan el vidrio de la ventana para sustraerlos.
El resultado final es la perpetua guerra soterrada. El dominicano de hoy no descansa. Dondequiera que se detiene mira a su alrededor buscando al ladrón, al posible asaltante agresor. No cuenta con protección policial ni la ayuda del peatón. Está sólo en su guerra solapada.