A PLENO PULMóN

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Sócrates, Platón, Aristóteles, pertenecían a diferentes clases sociales.  Platón procedía de una distinguida familia de Atenas; su padre era un ciudadano de gran prestigio; su madre descendía de Solón, fundador y legislador de esa ciudad-Estado; y el padre, del linaje de Codro, último rey de Atenas.  Quiere decir que Platón formaba parte de la más antigua aristocracia.  Sus padres lo enviaron a estudiar con discípulos de notables maestros: Pitágoras, Parménides, Heráclito; viajó a Egipto, a Italia y otros lugares.   Cuando Platón conoció a Sócrates sufrió un sacudimiento parecido al que padecería un niño rico de Boston, graduado de Harvard o MIT, que “le diera” con juntarse con charlatanes y artesanos en la plaza del “Common”.

Sócrates era hijo de un escultor llamado Sofronisco y de Fainarate, quien ejercía el oficio de comadrona.  Digamos, entonces, que un joven “patricio” educado se reunió, casi todos los días durante ocho años, con el hijo de una “enfermera especializada en obstetricia”, le llamaríamos hoy de manera “aproximativa”.  Fue Sócrates quien hizo patente a Platón las injusticias constitutivas de la sociedad ateniense. No debemos mencionar el problema de los esclavos en el siglo IV antes de Cristo, puesto que ese problema mayúsculo no se atrevió a tocarlo el gran Thomas Jefferson en la “Declaración de independencia de los EUA; ni tampoco el de los “metecos”, extranjeros privados de ciudadanía que vivían en Atenas sin ser esclavos.  Los conflictos de los “sin papeles” y  “sin derechos”, llegan hasta nuestros días.

 A Aristóteles podemos considerarle miembro de la clase media alta de una colonia griega; su padre, Nicómaco, fue médico de la familia real de Macedonia.  Aristóteles se trasladó a Atenas, a los 18 años, donde escuchó, durante unos veinte, las enseñanzas de Platón, atleta de anchas espaldas y refinada educación “cosmopolita”.  Aristóteles pertenecía a una acreditada familia de profesionales de la medicina. 

 Si suprimiéramos de la historia a ese trío de hombres geniales, habríamos amputado el fundamento y origen del pensamiento occidental.  Sócrates, feísimo; Platón, elegantísimo; Aristóteles, observador metódico;  provenientes de tres grupos sociales distintos, no se sabe bien cómo coincidieron en el “Agora” – el parque público-, para suerte, beneficio o provecho, de todas las ciencias y disciplinas de nuestra civilización.

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