A PLENO PULMÓN

<P>A PLENO PULMÓN</P>

Guerra de los huevos

La isla de Santo Domingo es “una e indivisible” desde el punto de vista geográfico; pero “doble e insoluble” si la miramos desde el ángulo cultural y social.  Haitianos y dominicanos han tenido distinta historia,  distinto desarrollo social, hablan lenguas diferentes y practican costumbres diferentes.  La historia “específicamente dominico-haitiana” es una crónica de enfrentamientos.  En el siglo XIX registramos: la invasión de Toussaint en 1801, la de Dessalines en 1805, la de Boyer en 1822; después la época de “la dominación haitiana” hasta 1844.  A menudo se olvida que la independencia dominicana fue, primero que todo, “independencia de los haitianos”, esto es, de los “franceses negros”.

Luchamos contra los españoles blancos durante la Guerra de Restauración; quiere decir que nos hemos independizado dos veces: de negros y de blancos.  Lo cual nos permite mirar los asuntos raciales con mayor libertad que los haitianos.  Para ellos “extranjero” significa “blanco”.  Están anclados en una visión racista de la cultura.  Así como existe un racismo “antinegro”, también hay un racismo “antiblanco”.  La altísima tasa de crecimiento de la población dominicana hizo que dejáramos de temer a los haitianos.  En el siglo XIX los haitianos eran más numerosos que los dominicanos, más ricos y mejor armados.  Al empobrecerse y alcanzar una tasa de mortalidad elevada, pasaron a ser “los pobres haitianos” en lugar de “los terribles haitianos”.

Esto dio lugar a que todo aquel que tratara el tema de la deforestación haitiana, de la emigración de sus trabajadores, de los cultos tribales de África, fuese tildado de “antinegro”, “desfasado”, “nacionalista y reaccionario”, enemigo de las visiones “multiculturales”.  Entretanto, creció nuestra dependencia laboral de la mano de obra extranjera.  Los empresarios, como es de rigor, se acomodaron  a ella.  Ahora sufren por huevos, pollos, plásticos y otros muchos productos “habituales” del comercio dominico-haitiano.

Es una suerte que haya ocurrido todo esto, pues la población dominicana ha cobrado conciencia de que somos 10 millones a cada lado de la frontera. Veinte millones de habitantes se darán codazos en una isla que pierde sus bosques al convertirlos en carbón.  Las naciones grandes no desean emigrantes pobres; ¡que se queden donde están! Los hechos crudos nos obligarán a trazar una política dominico-haitiana racional.

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