A PLENO PULMÓN

A PLENO PULMÓN

Adolfo Hitler, el jefe máximo del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, terminó sus días con los testículos chamuscados, en el sótano de la cancillería de Berlín.  Hitler decidió suicidarse con una pistola y “asegurar” la muerte tomando una cápsula de cianuro.  Dió la orden de que pegaran fuego a su cadáver.  Mussolini, líder italiano aplaudido en toda Europa, acabó colgando desnudo, boca abajo, en una estación de gasolina de Milán.  Trujillo, hombre fuerte de las Antillas durante treinta años, concluyó su vida en el maletero de un automóvil.  El “Führer”, el “Duce”, el “Jefe”, fueron personas de origen humilde que alcanzaron el poder total.

 El mariscal von Hindenburg, jefe del ejercito alemán durante la Primera Guerra Mundial y presidente de Alemania desde 1925, dijo de Hitler: “es un curioso personaje que podría llegar a ser Ministro de Correos pero no un Canciller”.  Hitler paseó en un automóvil descubierto, en compañía de Hindenburg, durante las elecciones de 1933.  De ahí en adelante hizo todo lo que se le ocurrió, con los alemanes y con los demás pueblos europeos.  Los aristócratas alemanes tuvieron que  “fumarselo” hasta 1945.  Pasó lo mismo con las familias “encopetadas” de Santo Domingo que dijeron de Trujillo: “no puede ser”. 

 Luego asistieron a las ceremonias del cambio de nombre de la ciudad Primada de America, que se llamó Ciudad Trujillo hasta 1961.  El “obelisco macho” se erigió para conmemorar el cambio de nombre de nuestra ciudad “cinco veces centenaria”.  Los jóvenes preguntan: ¿Por qué hay un “obelisco macho” y otro “obelisco hembra”?  Este último monumento se levantó en ocasión de la “redención de la deuda externa”, en plena “Era de Trujillo”.

 La “obelisca” parece que abre sus piernas al cielo; el “obelisco macho” es un “falo político” que desafía las olas del Mar Caribe.  Los políticos llegan a creer que pueden romper todas las barreras.  Piensan que la prudencia es un arte para cobardes.  En los últimos tiempos hemos visto fotografías de generales procesados: Pinochet y Videla, de presidentes condenados a prisión. En Túnez, en Egipto, en Irak, se han repetido estas tragedias políticas.  “Para mandar hay que matar”, reza un aforismo de la antigüedad.  Gadafi,  en Libia, prueba su verdad.

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