A PLENO PULMóN

A PLENO PULMóN

Esa es la expresión “sacramental” de los ladrones de caminos, de los asaltantes nocturnos de la antigüedad.  Ya no se usa en ninguna parte del mundo.  La palabra bolsa nos remite a la bolsa de valores de Nueva York, al escroto del varón, tal vez a los recipientes de empacar basura.  El dinero ya no se lleva en bolsas.  La riqueza, en esta época de crisis, sube y baja como la espuma en un vaso de cerveza.  Las  burbujas financieras viajan por el mundo, igual que los gases por toda la atmósfera.  Banqueros, funcionarios públicos, hombres de negocios, le han perdido el respeto al dinero.  Ver un fajo de billetes de alta denominación producía, hace veinte años, una especie de “recogimiento” casi religioso. Hoy provoca asco. 

Los revolucionarios socialistas del siglo XIX creían que el dinero sería abolido.  Eran soñadores ingenuos, empeñados en que desaparecieran los abusos económicos, las injusticias de clase.  En los tiempos de Rosa Luxemburg muchos socialistas actuaban como profetas bíblicos, empleando un “lenguaje científico”. Veían en el dinero “la fuente del pecado”, la “manzana de la discordia” entre los hombres.

Los economistas keynesianos también contribuyeron al descenso del respeto por el dinero, vigente hoy en los países industrializados.  Se emite dinero para financiar cualquier cosa; se emiten bonos para comprar deudas contraídas con la emisión de moneda; y se emiten títulos para respaldar los bonos.  Las tarjetas de crédito sustituyen al dinero y nos dan la ilusión de que podemos gastar y gastar.  Finalmente, nos llega la crisis; la conjuramos con cañonazos de dinero, como en las fiestas de niños arrojamos el “confetti”.

Las bolsas de valores rigen nuestras expectativas.  Las esperanzas de millones de seres humanos penden de que acciones y “rendimientos” suban o bajen “tres puntos”.    Las bolsas han llegado a valer más que las vidas.  Algunos financistas se han suicidado al saber que, por la caída de la bolsa de Tokio, “solamente disponían” de 500 millones de dólares.  Cuando la vida se estimaba más que la bolsa, los hombres, resignados, entregaban la bolsa al asaltante.  Ahora no es así.  La bolsa es tan importante que todos debemos ofrendarle a ella la vida.  Preferimos lo accesorio; desechamos lo fundamental.

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