A PLENO PULMÓN

A PLENO PULMÓN

Depresión y entusiasmo

Filósofos, poetas, psicólogos, han tratado en todos los tiempos de levantar las cortinas que ocultan los misterios de la depresión y del entusiasmo.  En la antigüedad no existían medios para realizar análisis químicos de la sangre o de los jugos gástricos.  Se especulaba sobre las causas que producían el decaimiento o la euforia.  En el pasado achacaban las “tristezas súbitas” a bebedizos preparados por brujos “de mala índole”.  Creían que la astenia persistente podía ser producida por “un hechizo”.  Del mismo modo, la alegría y el entusiasmo vital, procedían de la intervención de dioses menores o de aspirar perfumes intensos que “estimularan las glándulas”.

 Los fisiólogos de hoy y los expertos en la química cerebral, han elaborado otras opiniones fundadas en cuidados experimentos de laboratorio.  La farmacología actual dispone de numerosos remedios para el “spleen”, la depresión profunda o la excitación excesiva.  Son los medicamentos “psicotrópicos” que han facilitado la vida de los psiquiatras y el “control de los locos”.  No hay dudas de que en este punto hemos alcanzado algunos progresos, científicos y “procedimentales”.  Mis escasos conocimientos sobre estas materias abstrusas no me permiten dilucidar el “valor permanente” de esos adelantos del conocimiento.  Doy por “buenas y válidas” las conclusiones de los expertos en neurociencias, fisiología y química orgánica.

 Esa incapacidad científica no me deja más alternativa que retroceder por los estrechos senderos de la antigüedad.  A los filósofos, poetas, psicólogos que, de un modo no científico, han abordado los temas de la depresión y el entusiasmo.  En honra de esos antiguos pensadores o artistas debemos decir: aunque sus métodos no fueran científicos, sus opiniones podían ser inteligentes y acertadas.  En cambio, las mías podrían ser tontas y fallidas, pues las expongo después de conocer los estudios contemporáneos.

 Todos estamos expuestos a la posibilidad de deprimirnos, sea por razones fisiológicas o por motivos colectivos, laborales, emocionales. Algunos superan el trance sin consultar al psiquiatra y sin medicamentos.  Sencillamente, vuelven a subir al “caballo de la vida”.  Las tareas profesionales pendientes, la presencia estimulante de la familia, el llamado “amor propio”, actúan a manera de espuelas para elevar ánimos fatigados.  El entusiasmo por la vida puede fluir, pujante, de la música o del trabajo ordinario.

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