A pleno pulmón

A pleno pulmón

El “Estudio” es “un ayuntamiento de maestros et escolares que es fecho en algún lugar, con voluntad et entendimiento de aprender los saberes”;  así lo define el rey Alfonso X el sabio, en la Partida II, título 31.  Las universidades transmiten los saberes que hay, los conocimientos establecidos; es obvio que no es posible enseñar “cosas que no se saben”, que están en proceso de investigación. Se escolariza el saber tradicional. 

Todo lo nuevo, que se enseñará después en las aulas, es preciso descubrirlo o averiguarlo penosamente.  Los saberes nuevos son primero desconocidos. “Universitas” es un término latino que alude a la “universalidad” de estudiantes y profesores, no a la universalidad del conocimiento.

Las universidades no están obligadas a enseñar todas las carreras; no han de abarcar la totalidad del saber humano. Tampoco están obligadas a investigar, aunque algunas lo hayan hecho de manera ejemplar. 

En las sociedades económicamente desarrolladas son las empresas de negocios que asocian o comprometen ciertos  académicos para realizar investigaciones; en muchas ocasiones “sostienen” laboratorios de universidades donde trabajan profesionales especializados de alto nivel.  La física, la química, la electrónica, son saberes cuyas aplicaciones prácticas suelen ser provechosas para la industria, la navegación o las técnicas militares.  A veces confluyen el interés privado y el interés público, cuando se trata de naves aéreas o de explosivos.

 Pero no hay duda de que las grandes universidades de los EUA, de Europa y otros países, son “lugares” donde se cultiva el respeto por el conocimiento, científico o humanístico.  Artes, ciencias naturales e humanidades, encuentran allí atmósfera adecuada para fructificar espléndidamente.  Poesía, filosofía, teología, no han podido ser desalojadas por “las tecnologías de punta”.  Han tomado el lugar que en la Edad Media tuvieron los conventos.  Los monjes cristianos preservaron y transmitieron “los saberes” de griegos y árabes.

 La intervención de las instituciones es esencial para la educación de las sociedades.  Sin embargo, la aparición de ciertos hombres empecinados, que colocan al revés los datos habituales, es a menudo la clave de cambios dramáticos en “los saberes” humanos. Las ciencias, la poesía, el pensamiento abstracto, la literatura, deben “su crecimiento” a la presencia inexplicable de estos sujetos estrafalarios.  Ellos modifican los planes de estudios.

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