–Buenos días, Flor de Betania. –Buenos días, Tizol. –Eres una flor, pero no de Betania; tu familia es, realmente, de Pedernales; eres una piedra de chispa.  –¿Me estás echando un piropo? –Si, así es; he amanecido hoy con mucha energía; el día pinta bonito.  Si Caperuzo llama dile que he ido a averiguar del título de propiedad y del solar de la casa de la viuda.  La telefonista se arregló el pelo alrededor del hombro. –Llegaste demasiado temprano a la oficina; todavía aquí no hay mucha gente trabajando. –Yo prefiero “coger el día por la punta”.  Hasta luego, Flor de chispa; deséame suerte.

 –Ojalá pueda encontrar la viuda en la casa, dijo Tizol en voz baja.  –¿Qué dices; estás rezando? –No es nada, Flor, es pensando en lo que voy a hacer en la calle, voceó desde la puerta.  Llevaba su chaqueta de cuadros y un pañuelo blanco en el bolsillo.  Además, soplaba aire con los labios como si quisiera silbar.  El entusiasmo lo puso en la puerta de la casa de Edelmira; se paró frente al timbre y miró el cuidado jardincito.  En la calle había pocos transeúntes.  –Otra vez vuelvo a verlo por estos lugares; soy Pirulo, la persona que conoció en el parque.

 El hombre de la gorra de cuadros estaba en la calle, a pocos metros de mí.  Salí del jardín y le tendí la mano.  –¿Cómo está?    –Muy bien; yo trabajo a dos cuadras de aquí.  Tengo un taller de herrería y desabolladura.  Puede pasar cuando quiera o me necesite.  Verá un letrero que dice: “Traba-gancia”.  Volví a comprobar que este hombre tenía  los ojos color miel de abeja.     –Ese nombre se lo pegó el cura de este barrio.  El padre dice que en la RD hay exceso de vagancia.

 –¡Ah, por cierto, Arnulfo Zaphiro le hablaba al cura sobre su casa y los papeles que escribía! Me lo ha dicho el mismo padre Servando, quien me llamó ayer para instalar una campana en la iglesia.  Siempre nos tira un sermón.  Ese cura es “un macho de hombre”; no teme a policías bandidos, ni a trapaceros de cuello blanco.  Si desea conocerlo, lo llevo a la sacristía.  Seguramente le agradará.