A pleno pulmón

<P>A pleno pulmón</P>

Dirigentes empecinados

Eso de que los dominicanos somos un pueblo “único en su género” es uno de los tantos mitos con que nos flagelamos inútilmente.  Somos isleños, mestizos y mulatos, como muchos otros pueblos del Caribe y Centroamérica.  También somos subdesarrollados económicamente, como un montón de países de “nuestra América” y de otros continentes. 

Lo de “pueblo único” se utiliza, generalmente, para argumentar que somos “incorregibles”, que no podremos cambiar nunca nuestro estilo de vida político, que estamos condenados a permanecer eternamente en el mismo sitio, varados en el mar de los sargazos de la historia. Se dice con frecuencia que estamos excluidos de toda posibilidad de progreso económico y social.

Entre los obstáculos que se oponen al desarrollo de los dominicanos se mencionan: la corrupción de las costumbres, la falta de educación, la haraganería general, la ausencia de creatividad e inventiva empresarial. 

Pero, si bien se mira, gente corrompida ha existido desde el comienzo de los tiempos.  No hay más que leer el salmo catorce, versículo tres: “Todos están descarriados, y juntos se han corrompido. No queda ni un hombre honrado, ni uno de muestra siquiera”.  Eso no impidió al pueblo de Israel prosperar en los años que siguieron a la muerte del rey David.  Ni tampoco reorganizar su vida colectiva después de la dispersión y el holocausto.

 Pudieron organizarse, tanto en el exilio como a la vuelta a su tierra de origen, gracias a los líderes que los dirigieron y a la voluntad de luchar que les acompañó siempre.  Es claro que les ayudó mucho su disciplina admirable, fruto de la cultura religiosa y de un infortunio prolongado. Otros pueblos, pequeños y grandes, han logrado salir del subdesarrollo y establecer firmes instituciones administrativas y de derecho público.

Esos pueblos estaban formados, mayormente, por gente pobre, sin educación, corrompidos por la desesperación.  Política y económicamente se encontraban “postrados”, metidos en un callejón de difícil salida. 

Pero tuvieron la suerte de contar con hábiles dirigentes, empecinados en cambiar “el destino”, penoso y consabido, de sus respectivos pueblos.  Ellos lograron tocar las “fibras del amor propio” en un grupo suficientemente amplio como para desencadenar la “acción popular” imprescindible.  Pueblos de bribones miserables dejaron de serlo en pocos años.

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