A PLENO PULMÓN

A PLENO PULMÓN

En la sala de espera

Hace unas pocas semanas estuve en el consultorio de un afamado oftalmólogo, acompañado por mi esposa y una de mis hijas.  La sala de espera estaba abarrotada de pacientes con gafas obscuras y ojos vendados.  Muchos de ellos eran personas de avanzada edad a quienes sus familiares servían de lazarillos.  En Santo Domingo, hijos y nietos consuelan a los viejos y refuerzan sus voluntades vacilantes. Un comportamiento que ya no es frecuente en países desarrollados.  De pronto un hombre grueso se levantó de la silla y avanzó hacia mí, sonriente, con su mano extendida amablemente.  Era un anciano de piel cetrina y rostro mofletudo.

 Me dije: debe ser un viejo cegato que me ha confundido con otra persona.  Al estrecharme la mano preguntó: ¿Usted no es el autor de la “La feria de las ideas”. –Si, así es; todavía no he sido procesado judicialmente por haber escrito ese libro, contesté, sin saber dónde iría a parar el desconocido. –Usted debería ir escribiendo sus memorias.  Pronto nadie sabrá bien qué ocurrió durante la “Era de Trujillo”, ni en los tiempos de la Guerra Fría.  Todo va derecho al embuste, como una pelota de fútbol bajando por una cuesta.  Hay demasiadas personas interesadas en falsificar el pasado.

¿Considera usted que ya estoy tan viejo que mi próximo libro ha de ser unas memorias; algo así como la despedida de mis lectores? –Creo que aún está fuerte y en condiciones de escribir cosas estimulantes y aclaradoras; hágalo ahora, cuando puede; yo quise contar la historia de mi vida y lo dejé para después; ya no logro concentrarme en ninguna tarea.  Sus experiencias tal vez sean más interesantes que las mías.  Entonces al hombre lo conminaron a entrar al consultorio donde debía ser examinado.

Se despidió diciendo: estamos en sala de espera; en la sala de espera de la muerte.  Quedé un poco asustado por sus palabras.  Pensé: no tengo muchas cosas que contar que puedan servir a otros para mejor vivir; mis memorias serían, por fuerza, “evocativas” y no reflexivas, ni aleccionadoras.  No luché en la Segunda Guerra Mundial. No he participado en batallas.  Ayer, un compañero de estudios declaró repentinamente: es hora de que dictemos los testamentos.

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