A PLENO PULMÓN

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La creación política

El hombre es un animal dotado de extraordinaria fantasía. Parece que los seres humanos, en algún momento de su historia, sufrieron una infección de bacterias estimulantes de la imaginación.  ¿De dónde pudieron sacar los griegos las formas de una columna jónica? ¿Cómo es posible que hayamos inventado la flauta? ¿Quién tuvo la feliz idea de fabricar el primer ladrillo? Los diversos instrumentos musicales y las composiciones que se ejecutan en ellos, ofrecen una idea aproximada de la capacidad imaginativa de los hombres.  Desde un cuerno o unas maracas, hasta un piano, un violín, un órgano o un saxofón, podemos apreciar la amplia gama de la inventiva humana en el arte musical.

 Y así ocurre en muchos otros órdenes de la vida colectiva.  La rueda y la palanca produjeron la carretilla; el alfabeto ha dado lugar a miles de subproductos: poemas, discursos, edictos, avisos, periódicos, letreros.  No tocaremos la radio, la televisión, el computador, que ahora entrelazan sus virtudes para mayor gloria de la telefonía inalámbrica.  El hombre ha sido capaz de crear el cheque, la carta de crédito, el papel moneda.  El comercio y la industria son campos donde la imaginación hace maravillas; y hasta crea riquezas y empleos.  Sin embargo, esa creatividad no ha sido tan fértil en el mundo político.

Aristóteles explicó en su famoso tratado que los regímenes de gobierno eran únicamente tres: monarquía, aristocracia y democracia; cada uno de ellos conlleva una forma óptima y otra “defectiva”.  La monarquía es el gobierno de uno sólo, moderado por una clase; cuando degenera se convierte en autocracia tiránica; la aristocracia es el “gobierno de los mejores hombres”; pero puede convertirse en “oligarquía” o gobierno de unos pocos.  La democracia es el gobierno del mayor número, pero suele volverse “oclocracia” o gobierno de las turbas.

Cada “forma de gobierno” funciona bien o mal, según presente su cara óptima o “defectiva”.  Hay buenos y malos reyes; aristócratas y demócratas también pueden llegar a ser detestables o dignos de grandes aplausos.  Después de 24 siglos, las cosas no han cambiado “substancialmente”, como se decía en la Edad Media.  El poder estatal naufraga siempre en los mismos escollos.  La imaginación del político es lenta, “tardígrada”, escasamente  creativa.

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