Respirar bajo el agua
En todas partes del mundo hay problemas: en Siria, Jordania, Afganistán, las dificultades son severas; pero en España, Argentina, México, Venezuela, también hay conflictos importantes. Cada país tiene particularidades que producen sufrimientos a la población entera; en algunos lugares los desempleados alcanzan la cifra de seis millones: ese es el caso de España. Asesinatos por grupos ocurren todas las semanas en México. Las bandas en pugna han implantado el terror en muchas ciudades. El hombre común no puede hacer nada contra políticos corrompidos y policías aliados a los delincuentes. No tiene modo de escapar de las dificultades ni siquiera emigrando.
Dondequiera que vaya encontrará problemas parecidos: narcotráfico, violencia, abusos de poder, intolerancia ideológica, inestabilidad monetaria, enfrentamientos étnicos o religiosos. Con el agravante de que en un país extranjero no tendrá amigos y familiares que le acojan, le ayuden y animen, durante la adaptación a otra sociedad, lengua o cultura. Hay asuntos sociales que sólo pueden ser resueltos a largo plazo. En lo que ese plazo transcurre, el hombre de hoy debe aprender a respirar bajo el agua. Tantos gases peligrosos emiten las solfataras de las ciudades, que deberíamos usar snorkels espirituales, máscaras de protección para sobrevivir; algún método de aislamiento sin fuga.
Metidos en trincheras llenas de lodo, algunos soldados de la Segunda Guerra Mundial encontraron oportunidad de recitar poemas de Shakespeare y Keats. En medio de explosiones, destrucción, cadáveres destrozados, lograban hacer un espacio para la belleza; así protegían su humanidad en circunstancias terribles; y evitaban convertirse ellos mismos en monstruos sanguinarios. La poesía actuaba como un medicamento psicotrópico. En los campos de concentración que los nazis instalaron para los judíos, ocurrieron cosas semejantes. Hombres hambrientos, rodeados por el horror y la injusticia, se replegaban dentro de sí para soñar con un futuro matemáticamente improbable.
Estas personas, sin cerrar los ojos a la realidad, pudieron meterse bajo un casco de cristal que les librara de la locura o de la degradación. Los combatientes en la Segunda Guerra Mundial, los judíos durante el holocausto, estuvieron sometidos a las pruebas más dolorosas que cabe imaginar. Nosotros padecemos penurias de menor magnitud. Es de esperar que centenares de individuos de nuestra época aprendan a respirar bajo el agua.