A PLENO PULMÓN

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Literatura imborrable

A los clásicos de la literatura se les tiene por modelos; de ellos sacan  ejemplos muchos preceptistas del lenguaje, teóricos del arte de escribir.  Son modélicos porque han resistido el paso de los siglos, las erosiones de la crítica, transformaciones en los estilos de vida de hombres y naciones.  Permanecen incólumes por su tremenda carga de humanidad, aciertos expresivos, penetración filosófica.  Aunque son modelos, no es posible imitarlos  como pretendieron ciertos partidarios de la “ciencia” del lenguaje y arte del estilo.  En verdad los textos clásicos de la literatura son inimitables.  No sólo por la calidad y maestría de estas obras; también porque no es posible separarlas del ambiente social en que fueron creadas.

 El primer libro de esta lista es uno religioso: la Biblia; creyentes y agnósticos admiten que el Antiguo testamento es la base de la viejísima cultura judeo-cristiana.  No entraremos en los textos de la Ley Mosaica, que exigirían extensos comentarios; nos limitaremos a mencionar los escritos de Salomón, el rey sabio, personaje central de la historia judía, autor de “Eclesiastés” y del “Cantar de los cantares”, compilador de “Proverbios”.  Ninguno de estos escritos es “libro sagrado”; sólo son “de lectura recomendable”.  Pero en ellos están presentes: los gozos del amor, los abismos de la muerte, la adversidad, la injusticia; también las guerras y traiciones, las perplejidades de la sabiduría, los conflictos políticos, los dolores de la vejez.

 Esa maravillosa riqueza conceptual arranca con la Edad de bronce; sigue siendo hoy un activo cultural de Occidente, la “herencia oriental” del Occidente.  La primera lección a la que debemos someternos es la visión salomónica de la vida humana.  La segunda lección procede de los poemas homéricos.  La poesía épica de los antiguos griegos es igualmente modélica.  Muestra las pasiones del hombre, las trampas de la guerra, los altibajos de los líderes. 

La gran lección medieval está en la “La divina comedia”. Los problemas morales de hombres y mujeres, sus virtudes o debilidades, encuentran sitio en la topografía del infierno, el purgatorio o el paraíso.  A dichas visiones: salomónica, homérica, dantesca, añadiremos la cervantina y la isabelina.  Cervantes y Shakespeare nos ayudan a comprender el poder, los celos, la ambición; ambos “están vigentes”.  Son clásicos.

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