A PLENO PULMÓN

A PLENO PULMÓN

Espectador abrumado

Hoy las informaciones se transmiten tan rápido que se acumulan a las puertas de nuestro cerebro, como si fueran hojarasca en la rejilla de una cloaca un día lluvioso.  No podemos asimilar, clasificar o “procesar”, los miles de datos que nos ofrecen los periódicos, la TV, las redes sociales de “Internet”. 

La información es copiosa, ininterrumpida y omniabarcante.  La sexualidad, la criminalidad, la drogadicción, la corrupción política, ocupan el primer lugar; los deportes constituyen una catarata noticiosa dividida en varios chorros: fútbol, béisbol, baloncesto, boxeo.  Este “gran pastel informativo” se nos presenta adornado por escándalos financieros y trapacerías judiciales.

 Los sucesos “pasan y siguen”, a toda velocidad, como una carrera de automóviles.  Volcaduras y muertes son partes del espectáculo.  Cada cierto tiempo leemos que un fanático, o un enajenado mental, perpetran una matanza de escolares, de veraneantes desprevenidos, de parroquianos en un centro comercial.  Junto a estos crímenes, “colectivos e inexplicables”, se reseñan historias de padres que matan hijos, de abuelos asesinados por nietos, de hijos que estrangulan a sus madres.  Las carnicerías de narcotraficantes y terroristas, en México, en el Oriente Medio, son una forma de coronación del horror, a lo que debemos añadir absurdos conflictos políticos armados.

 Las imágenes y comentarios de los sucesos dejan en la memoria sedimentos muy confusos.  ¿Qué ha pasado en Italia para que la política se haya vuelto una actividad frustrante y deleznable? ¿Por qué en México ha fracasado la lucha contra el narcotráfico? ¿Cuál es la causa de que la violencia no tenga fin en Siria, en Afganistán? La gente común hace extrañas preguntas: ¿Quién manda en el mundo? ¿Qué substancias comemos o bebemos habitualmente, que podrían estar volviéndonos locos? Entre el poder del Estado y el de “los mercados”, los ciudadanos comunes nos sentimos desvalidos.

 En busca de alguna “orientación”, nos agarramos de los medios de comunicación, donde somos abrumados o ahogados por la cantidad enorme de noticias negativas; ningún diferendo parece tener arreglo; las luchas políticas, de negocios, no apuntan hacia solución alguna.  Terminamos siendo nada más que espectadores, angustiados e impotentes, de la riada de acontecimientos del mundo.  Y lo que es peor: descubrimos que los “protagonistas” no están interesados en resolver los problemas.

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