A PLENO PULMÓN
Cartelones políticos

<STRONG>A PLENO PULMÓN <BR></STRONG>Cartelones políticos

Al final de la noche del viernes, todavía dormido, me pareció escuchar la música de una banda de instrumentos de viento.  Esta “intromisión auditiva” no perturbó gran cosa mi sueño.  Pero entonces comencé a ver una muchedumbre en procesión.  Marchaban en grupos, con estandartes, banderas y pancartas.  Creí que se trataba de la manifestación de devoción religiosa a la Virgen de la Caridad del Cobre, en Cuba, autorizada recientemente por Raúl Castro; quizás, me dije, hayan dejado encendido el televisor y estén pasando un reportaje sobre posibles cambios políticos en esa isla.   Volví la cara hacia el lugar donde está instalado el televisor y no había ninguna luz.

 Pero el desfile continuaba, cada vez más claro ante mis ojos.  Podía ver las caras de hombres y mujeres.  También veía banderas; eran triangulares, como los gallardetes que enarbolan los fanáticos de los equipos de béisbol.  En el centro de las banderas aparecía la imagen de un huevo frito a todo color.  Debajo del huevo se leía: “falta comida para el pueblo dominicano”.  Por lo visto, pensé, este gentío no está reunido en Cuba.  ¿Será en Santo Domingo o en Santiago?  Un cartelón, levantado en el centro de un grupo compacto, decía: “abajo los políticos sinvergüenzas”.  Otro cartelón rezaba: “inscríbete ahora: www.contramitin.com”.  Un hombre gordo, con un altavoz, repetía: “no pierda tiempo con los partidos políticos”.

 En una gran avenida, muy parecida a la 27 de febrero, se colocaron  escuadrones de jóvenes a ambos lados de la vía, portando banderas de huevos fritos, para abuchear a los políticos en campaña electoral.  Los candidatos recorrían las calles en enormes patanas, con ruidosos aparatos de sonido.  Cada vez que los “camiones electorales” doblaban las esquinas, encontraban banderas con huevos y cartelones de rechazo.  Montado en una motocicleta, provista de “side-car”, iba un cura que recitaba salmos en los semáforos desde un micrófono portátil.

 Podía oír trozos aislados,  interrumpidos por el ruido de la motocicleta al acelerar: “pon fin, señor, a la maldad y a los malvados, y fortalece tu al justo…”  Después, veía al cura mover los labios sin escuchar una palabra; al cesar el estruendo, volvía a oír: “no comprenden estos malhechores… que se comen a mi pueblo”.

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