A PLENO PULMÓN
El tuétano del mundo

A PLENO PULMÓN <br>El tuétano del mundo

Los filósofos de los primeros tiempos fueron razonadores “de calle”, como ahora se dice de cierto tipo de merengues.  Pronunciaban discursos en plazas públicas; asombraban, encantaban o escandalizaban a los oyentes que perdían su tiempo escuchándoles.  Después se volvieron “académicos”; formaron escuelas; llegaron a ser “maestros”; ya no eran “de calle”  sino “de aula”. 

Lo que ganaron en dignidad lo perdieron en espontaneidad. Más tarde los filósofos establecieron clanes técnicos con su propio lenguaje; se escondieron bajo una terminología, un “sociolecto” que les apartó de “la calle”, de “las aulas” y de la comprensión general.  Se transformaron entonces en autoridades intelectuales herméticas.

 Parece que en nuestros tiempos ha comenzado la “involución” del filósofo hacia sus orígenes jónicos.  Han vuelto a tocar con la poesía y el dolor, con el drama político de las ciudades superpobladas de hoy, donde “la seguridad” es imposible y la paz un sueño monacal. 

Los filósofos no estaban previstos en Grecia.  Fueron engendros inesperados de la urbanización, de la poesía y del desempleo, juntamente.  Es posible que para un “renacimiento” de la filosofía haya que pasar por “experiencias sociales” semejantes.  Los filósofos de todos los tiempos han pretendido hurgar en la realidad hasta encontrar “el tuétano del mundo”.

Las desordenadas ciudades de los países subdesarrollados quizás sean más apropiadas para la filosofía que los viejos burgos europeos, repletos de historia y de arte religioso. 

El caos político, económico y social, nos acerca al caos originario del cual debe salir el orden, según las cosmogonías tradicionales.  En las ciudades del viejo mundo cada cosa tiene un procedimiento, una manera de operar, consabida y aceptada.  Los niños son entrenados para vivir entre antiguos objetos preciados.

Los europeos de hoy no desean romper con ninguna institución económica, política o religiosa; sólo muy tímidamente se atreven a insinuar la posibilidad de “anexar” algunas nuevas: integración fiscal, constitución europea, unión política.  Eso sí, sin cambiar la moneda común ni modificar las políticas financieras expansivas. 

La ciencia aplicada, las técnicas todas, la producción mecanizada o “robótica”, inhiben al hombre común de pensar “por cuenta propia”.  Donde no es tan visible “la estructura técnica” el atrevimiento verbal puede iniciar ingenuos actos de pensamiento parecidos a la filosofía antigua.

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