Salón de pelo crespo

Salón de pelo crespo

Las creaciones de la industria tienen a menudo usos inesperados. Las famosas medias de nylon, inventadas en el mundo capitalista, pretendían ser “medias de seda de reina para todo el mundo”; el sustituto de la seda china para uso de mujeres comunes: oficinistas, amas de casa. El “nylon” resultó ser una “seda artificial” destinada a un mercado popular. En las islas del Caribe, las medias de “nylon” dieron lugar a un “destejido” para fabricar pelotas de béisbol; y con el cabo final de la media, el lugar donde se aplica la liga, se improvisaron los llamados “gorros de media”, para dominar o aplastar el pelo crespo.

Las islas antillanas, pobladas por negros, blancos y mulatos, es una zona del planeta donde crece la vegetación más variada y las más diversas clases de pelo. Las mujeres son coquetas en todas partes; en las Antillas los hombres cuidan su pelo como si fuesen mujeres. Y ahí entra “el gorro de media”, un “subproducto” de la Segunda Guerra Mundial. Los jóvenes dominicanos de los años setenta, sometían el pelo crespo a “domesticación o doma” mediante el infaltable “gorro de media”; algunos mojaban su pelo con agua de colonia o lo embadurnaban con aceite de coco. Después se instalaba la férula del gorro durante varias horas.
El resultado final era una cabellera ordenada, reluciente, bien pegada al cráneo, que les hacía aparecer como hijos naturales de Fred Astaire o Clark Gable. Los más atrevidos decían, riéndose, por donde mi vecina entraba sus piernas y muslos, meto yo ahora mi cabeza. Se invertía una tarde en “disciplinar” el pelo, para lucirlo en las noches, bajo los nuevos postes del alumbrado de vapor de mercurio de Santo Domingo. El único “enemigo” podía ser el viento en ciertas épocas del año.
Quien haya visitado un salón de belleza regenteado por dominicanos, sea en Madrid o en Nueva York, aprenderá que el cuidado del “pelo antillano” es una destreza especial que sólo dominan con plenitud los antillanos. Pelos duros, crespos, rebeldes o cimotricos, quedan definitivamente peinados, siguiendo las reglas antillanas. Unas pocas veces a la semana exigen tijerillas o navajas. El resto del tiempo basta con peines enérgicos y ciertos ungüentos de boticarios.

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