Los políticos dominicanos suponen que el país les pertenece. Piensan que ellos fueron elegidos para hacer lo que les venga en ganas. Los ciudadanos que depositaron sus votos para elegirlos no tienen nada que hacer en su fiesta, pues estos sufragantes no fueron elegidos. Aunque la soberanía reside en el pueblo, según la teoría clásica de la democracia, los electores no tienen ningún poder de supervisión, de control, de revocación de mandato. Los electores no elegidos son personas manipuladas, burladas y esquilmadas. En tiempos no electorales un elector es una entidad equivalente a la plasta de vaca.
Esta situación no tendrá arreglo mientras la población sea pasiva, aguantona, diplomática, contemporizadora, habilidosa o zaramagullona. Esas sabidurías prácticas operativas nos mantienen sumergidos en medio del abuso, la injusticia, la depredación impune. La desmoralización general obedece al continuo mal ejemplo que los de arriba ofrecen a los de abajo. El cajero mira de soslayo al banquero, el teniente observa al general, el oficial mayor al secretario de Estado. Solamente las grandes crisis dan lugar a las grandes protestas. Hasta que no se llegue al llegadero, no estallará la reacción.
El problema es que no disponemos de aparatos para medir la proximidad del llegadero. El termómetro nos indica si el calor ha pasado de 38 grados. Al mirarlo tomamos la decisión de abrir una ventana, de encender un abanico o comprar una funda de hielo. Nunca se sabe exactamente cuándo se ha llegado al llegadero. La copa se derrama al rebosar el borde para sorpresa de quien sirve la bebida. Toy jarto es la expresión comprimida del hombre común, hastiado de ver que ningún asunto público importante tenga remedio, contención, desarrollo racional. Trátese de energía eléctrica, delincuencia o malversación.
La inminente llegada al llegadero no la puede avisar el servicio meteorológico, como ocurre con los huracanes. El día menos pensado, hasta el más zaramagullón de los zaramagullones, dirá a gritos: hasta aquí llego yo. Ocurrió así con el escritor portugués Saramago quien no tiene nada de zaramagullón que se vio obligado a decirle a Fidel Castro: hasta aquí llego y ni un paso más. Políticos ordinarios, sin el carisma del comandante cubano, no sospechan que el llegadero está cerca.