A PLENO PULMÓN
Olvidos y recuerdos

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Hay episodios de la vida política dominicana que parecen sacados de una leyenda medieval;  ese es el caso de la decapitación del general Desiderio Arias. Este caudillo de la Línea Noroeste fue asesinado en 1931, en los comienzos de la dictadura de Trujillo. Según parece, el nuevo gobernante dijo a uno de sus generales: “quiero la cabeza de  Desiderio Arias”. El alto militar interpretó esa orden al pie de la letra. Persiguieron a Desiderio hasta darle muerte “en un monte remoto” donde había huido, acosado por los sicarios de Trujillo. Una vez muerto, le cortaron la cabeza y la guardaron “en un saco de pita”.

Al presentarle la cabeza cercenada a Trujillo este reaccionó horrorizado: “imbéciles, busquen el cuerpo para entregarlo a su familia y darle sepultura con los honores de su rango”.  Se dice que Trujillo añadió: “ahora la Iglesia dirá que se procedió con extrema crueldad”. Quienes cuentan estas anécdotas explican que el dictador era “un consumado actor teatral”.

Los asesinos habían abandonado el cuerpo en una loma, sin enterrarlo. Las aves de rapiña le habían picoteado el vientre al muerto. Decidieron entonces cortarle las manos, buscar otro hombre y matarlo, para sustituir el cadáver verdadero. Escogieron a un haitiano llamado Makén.

Nadie pudo investigar el crimen ni comprobar los pormenores de la decapitación.  De dichos sucesos quedaron solamente relatos orales contados en voz baja, las letras de algunos merengues considerados “subversivos”. Pero se afirma que un médico tuvo que coser la cabeza y las manos al cuerpo del haitiano. Desiderio Arias fue vestido con ropa militar antes de ser entregado a su esposa.

 El cuello alto y los puños de la chaqueta cubrieron las costuras de la apresurada cirugía “post-mortem”. Los autores del doble crimen se disputaron el mérito de haber cortado la cabeza de un viejo caudillo enfermo. La esposa de Desiderio, doña Pomona Navarro, inducida por su hijo, revisó el cadáver y declaró en privado: “únicamente la cabeza y las manos pertenecen a mi marido”.

A tan truculento relato medieval habría que agregar una narración terrorífica contemporánea que cierre el círculo del horror. ¿Cuáles pasos de nuestra historia conviene recordar? ¿Cuáles episodios sería preferible borrar de la memoria colectiva?

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