Entre las aves existen casi infinitas variedades; pero los escritores representan la biodiversidad misma. Los escritores son diferentes física, mental y sentimentalmente. El plumaje de los pájaros puede ser gris, negro, amarillo, tornasol o multicolor, como en el caso de cotorras, guacamayos. Lo que ocurre con el plumaje sucede con los huevos. Hay pájaros que ponen huevos blancos; otros los ponen azules, con pintas negras y rojas. No hay que abundar en las formas de picos o la extensión de las alas. Pero sí es útil agregar que unas aves cantan, otras graznan o chillan. Cada especie emite ruidos característicos, inconfundibles.
Si usted entra en un bosque de pinos en la Cordillera Central de RD, escuchará toda clase de sonidos saliendo de gargantas de pájaros; y comprenderá el interés de la señora Anabelle Dodd por grabar los cantos y reclamos de las aves de nuestro país. El julianchivi tiene un código sonoro distinto del ruiseñor o del chuá-chuá. Los escritores pueden clasificarse de manera parecida a la que utilizan los ornitólogos. ¿Como suena el canto de cada escritor? ¿Qué clase de huevos ponen? ¿Cuál su tamaño y color? No es lo mismo un huevo grande de avestruz que uno pequeño de paloma.
Se conocen escritores de grandes alas, que emprenden vuelos elevadísimos en el orden artístico e intelectual; son las encumbradas águilas de la literatura. Buenos ejemplos de este tipo tenemos en Rainer Maria Rilke, William Blake, T.S. Eliot. Los de vuelo rasante o gallináceo no deben ser mencionados, tanto por piedad como por metodología. Bien se sabe que algunos de estos últimos aparecen en antologías poco rigurosas; finalmente, desaparecen de las historias de la literatura.
No es correcto ensañarse con hombres que no han podido producir huevos ni cantos memorables. Todos los escritores son personajes sufrientes: los genios, siempre pocos en cualquier época; los talentos notables; también los mediocres y malogrados. A través de la autobiografía de Arthur Koestler he disfrutado de un doloroso poema escrito por el húngaro Attila Jozsef. Los versos finales dicen: la miseria se escurre por todo el globo, / como la saliva por el rostro de un idiota/. Tenía 32 años cuando se suicidó echándose delante de un tren.