A PLENO PULMÓN

A PLENO PULMÓN

La lógica implacable

Hoy todo parece estar al revés: en países muy machistas gobiernan mujeres; en sociedades con educación generalizada gobiernan imbéciles; en naciones de población mayoritariamente blanca puede gobernar un presidente negro.  Que gobierne éste o aquel por un corto periodo no tiene gran importancia.  Funcionarios públicos de cualquier rango, aparecen y desaparecen como estrellas fugaces.  Lo que sí tiene importancia es que personas sin calificación alguna ocupen lugares que antes estaban reservados a quienes merecían ocuparlos: por sus capacidades y antecedentes laborales, por el carácter o la formación profesional.  Cualquier persona provista de documentos de identidad siente ser capaz de desempeñar cualquier puesto de trabajo.

 Estar vivo y poseer cédula electoral son las únicas credenciales válidas para aspirar a un cargo, sea público o privado.  ¿Si otros pueden, por qué yo no? Quien diga lo contrario es un “elitista”, partidario de las atrasadas políticas antidemocráticas de exclusión. Los individuos de “escasos recursos”,  y aun más escasa educación, creen firmemente que no deben “permanecer varados”.  Para mejorar su “situación social” están dispuestos a matar, vender drogas, “clonar” tarjetas de débito, robar en los centros comerciales o asaltar mujeres indefensas.  Es este un cambio de actitud radical con respecto al pasado. –¿Condicionar mis ambiciones al lentísimo proceso de trabajar y estudiar?

¡Ay no; qué va! yo quiero progresar rápido y, además, “empoderarme”, ser dueño de mi destino.  Si ese “hijo de papi y mami” puede robar impunemente, burlar la justicia y seguir “tan campante como Johnny el caminante”, yo tengo que “buscar lo mío”, de una manera o de otra.  Ese razonamiento, con diversas variantes circunstanciales o personales, es un patrón que servirá para justificar la delincuencia que, a partir de entonces, se convertirá en una “vía para eludir la exclusión social”.

La “falta de legitimidad” engendra la falta de respeto por las viejas normas y por sus representantes tradicionales. –¿Si existen hombres de negocios tramposos, funcionarios públicos corrompidos, sacerdotes violadores de niños, por qué debo yo ser honesto y mantener una conducta correcta? Si hiciera eso estaría condenado a ser pobre para siempre.  Prefiero correr algunos riesgos y atreverme a transgredir las leyes.  Después de todo, si consigo dinero, los jueces, los policías y abogados me defenderán.

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