A PLENO PULMÓN
A romper el corozo

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–¿Con qué fin nos mandan al mundo?  Esta pregunta la hacía el anciano diez veces al día.  El viejo se dormía encorvado en un sillón de lona que había en el patio de la casa.  A veces acudían a enderezarlo los vecinos para que pudiese pararse usando piernas y brazos.  Decían que tenía “el corazón perezoso”; que un hijo le daba masajes en el pecho, como si fuera un reloj con pilas a punto de gastarse.  Pero el vejete encontraba energías para vociferar  y amenazar con el bastón cuando se tocaban “ciertos temas peliagudos”.  En esos casos tiraba las gafas y se golpeaba con el puño la palma de su mano.

Una de las cosas que más irritaba al viejo era oír hablar en la radio sobre “el desarrollo económico y social de la República Dominicana”.  Escuchaba con los labios apretados la “relación de logros alcanzados en los servicios de previsión  social”. 

En estas ocasiones levantaba el bastón y apuntaba contra el aparato de radio, como si usara un fusil.  –¡Oye eso! decía; y se ponía en pie sin ayuda de nadie, ni siquiera del bastón, que mantenía, agresivamente, en la posición de una lanza.  Los vecinos, que le conocían bien, le llamaban el rino-geronte jubilado.  –Un día de estos el corazón del rino-geronte dejará de latir.

Pero el hijo tenía una opinión diferente.  –En realidad, las rabiacas de mi padre son estimulantes que le prolongan la vida.  Cada vez que echa un berrinche contra “las costumbres políticas” de los dominicanos, yo aplaudo para mis adentros.  Hace en el patio una protesta inútil, pues no tendrá ningún “efecto sobre la comunidad”, como ahora dicen.  Pero el viejo se desahoga; carga la batería de sus convicciones, de la educación que recibió.  Hace en privado lo que nosotros no nos atrevemos a hacer en público. 

 –¿Para qué nos han echado en este mundo?  repite mi padre a cada paso; y él mismo responde: “para romper el corozo”.  Los jóvenes de la ciudad nunca han visto una mata de corozo; no saben si tiene espinas; no conocen el fruto más duro del mundo.  Los dominicanos viejos saben cuan difícil es romper el corozo del “desarrollo económico y social”.

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