A PLENO PULMÓN
Agresiones anónimas

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Desde la publicación de Ubres de novelastra recibo todos los meses cartas de una mujer desconocida.  Con estricta regularidad, el sobre llega el último día de cada mes.  La persona que escribe estas cartas no comparte los puntos de vista que sostengo en mis notas periodísticas.  Siempre va a contrapelo de lo que expreso en artículos, ensayos, conferencias.  No obstante, sigue atentamente el hilo de nuestras “actividades públicas”.  Mi vanidad de macho antillano recibe de ese modo un halago femenino de rostro desconocido; y, a la vez, un latigazo intelectual intermitente.

Esa que podría ser ella –si no se tratara de un disfraz–, es “agresiva” y tenaz.  A veces pienso que es una broma urdida por algún periodista sin trabajo, por un político malévolo.  En un pasaje de estas cartas la mujer dice: “usted no entiende los asuntos políticos de su propio país; lo que usted supone que está bien, en realidad está mal; lo que le parece un hecho “confuso” no aclarado suficientemente, no es más que la ocultación de un crimen de Estado, cometido en estrecha complicidad con organismos internacionales.  Esto de “hechos no aclarados suficientemente” es un eufemismo protocolar, una forma de escurrir el bulto frente a “inconvenientes informativos”, como les llaman los políticos, los policías”.

“¿Si no entiende la política local, como va a entender la política internacional en esta región desdichada? Sé que usted ha tenido acceso a informaciones detalladas acerca de secuestros políticos internacionales.  Doy por cosa segura que dispone de informaciones que le han suministrado los familiares de las víctimas.   También tengo la convicción de que le han amenazado algunos agentes de seguridad.  Tener miedo no es pecado; pero escribir con tantos melindres –para no tocar llagas sangrantes- no es propio de un periodista que se respete”.

“Ordene su memoria; trate de recordar las confidencias que escuchó, después de 1965, de labios de una señora extranjera que conoció un una calle de Gascue.  Ella tuvo la confianza de relatarme todo lo que habló con usted.  No puede alegar ignorancia.  Su torpeza para los negocios no le libera de responsabilidad cívica”.   Al llegar a este punto pensé que mi agente publicitario quizá fuera el verdadero autor de las cartas.

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