A PLENO PULMÓN
Alone Malone Solano (10)

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Interrumpí el desayuno y fui derecho al “front desk” del hotel. –Hágame el favor de darme una nota que hay en la casilla 415 con un número de teléfono.  –Enseguida, señor.  El tipo corrió al casillero.  –Lo siento señor; los teléfonos depositados en el 415 fueron requeridos por la administración; no puedo solicitarlos porque la requisición tiene el sello de la seguridad. –¿Puede prestarme una guía telefónica de Montego Bay?        –Están a su disposición en las cabinas, señor.  Busqué en la letra eme; Malone: Adolphe Malone, Alfred, Alma, Alondra, Alphonse.  No aparecía el teléfono de Alone Malone.  Leí de nuevo la noticia.  Tiene que ser la misma persona.  ¿Cuántas farmacias hay en Montego Bay?

Ocupé mi asiento en el avión; cerré los ojos; un dolor de cabeza me había atrapado al salir del hotel.  ¿Cómo es posible que haya muerto?  No entiendo.  ¿Cómo ocurre una cosa así?  ¿Qué la mujer tibia de anoche sea ahora un despojo sin pulso?  Dormité un momento, desperté y volví a dormitar.  Oía la voz de Alone explicando el guión que ya no escribiría.  “La parte más dulce de los sueños desaparece al amanecer”, es un refrán de no sé cuál isla barloventina.  Una joven hermosa, inteligente, entusiasta, cesa completamente; cesa el cuerpo, cesa su alma.  ¡Dios mío!  ¿Qué la distrajo en el camino a la casa?  Miré el reloj; pronto llegaremos al aeropuerto de Santo Domingo, me dije.

Después de bajar del avión, en camino de ir a buscar mis maletas, alguien me tocó en el hombro.  Era un periodista dominicano.  –¿Sabes que está muy mejor el director del periódico?  Un médico de Jamaica le atendió; recetó unos medicamentos que le salvaron la vida.  No regresará hoy a Santo Domingo; pero se pondrá bien.  Ha tenido mucha suerte con los servicios del hotel.

Al otro día retorné a las oficinas del periódico.  Pregunté al jefe de redacción: –¿Han llegado periódicos de Jamaica? Me interesa mucho leer las noticias de la conferencia que acaba de concluir.  –Es muy temprano; avisaré cuando se reciban periódicos extranjeros.   Me senté frente al escritorio con poquísimas ganas de trabajar.  –La vida “tiene que seguir”, dije en voz alta.  ¿Por qué a veces no sigue?

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