A PLENO PULMÓN
Alone Malone Solano (3)

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–Con mucho gusto; pero tendríamos que regresar al hotel para ver mis mensajes antes de salir del recinto.  –¿Le ha gustado ver la casona de los antiguos propietarios de la plantación?  –Es un lugar triste, quizás modélico para todas las Antillas.  El problema de la esclavitud enfrentó a Elizabeth Barret con su padre; el viejo la desheredó por casarse sin su permiso con un hombre más joven que ella.   –Tenía cuarenta años cuando conoció a Browning, Elizabeth opinaba que el matrimonio era una institución “calamitosa”; en su familia hubo varios matrimonios “tormentosos”.  Sin embargo, ella fue feliz con su poeta durante quince años.

–Sí; ella murió; en cambio, él vivió muchos años y nunca volvió a casarse.  Perdón, dígame el teléfono de su casa para dejarlo en mi casillero.  Es un requerimiento de seguridad; nos han recomendado que no viajemos a Kingston.   –Por Dios, yo no resido en Kingston.  En Montego Bay no hay tantos delincuentes como en la capital. Obviamente, los adictos a drogas son peligrosos en cualquier lugar.  –Está bien; regreso al tema de la esclavitud.  Los prejuicios raciales siguen aún causando trastornos en Jamaica, Haití, Cuba, Santo Domingo.  La esclavitud marcó las Antillas inglesas, francesas, españolas.

–Ese tema es, verdaderamente, muy doloroso; pero es algo que no podemos borrar de la historia; debemos aprender a vivir con la piel que traemos al nacer.  Mi madre decía que en Barbados y Jamaica había mucha más discriminación que donde ella creció.  Elizabeth Barret pertenecía a una familia de aristócratas, terratenientes esclavistas; disfrutaba de una posición económica privilegiada; tuvo tutores para aprender lenguas muertas.

Subí a un pequeño automóvil Morris azul, con el volante a la derecha.  Alone había recogido su falda para entrar al vehículo y abrirme la puerta.  Al sentarse, dejó ver parte de las piernas y el contorno de las caderas, oprimidas momentáneamente por una ropa demasiado floja.  En unos 15 minutos estuvimos frente a la casa.  Sentí alivio al llegar, pues me inquietaba ver los automóviles transitar por la izquierda del camino.  Tuve la falsa impresión de estar siempre a punto de chocar.  La casa era amarilla, roja y azul; parecía un juguete infantil inflado.  Hibiscos, buganvilias, palmeras, rodeaban la vivienda.

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