A PLENO PULMÓN
Alone Malone Solano (6)

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–Me complace hablar con usted; así practico el español.  El ejercicio mantiene robusteza en los músculos.  ¿Robusteza? Perdón, quise decir fortaleza.   –¿Ha estado alguna vez en Santo Domingo?   –Mi padre me llevó, hace mucho tiempo, al país de mi madre.  Tenía quince años; fuimos a comer a un restaurante llamado “El bucanero”, en la desembocadura de un río lleno de lilas luchando con la contaminación.   A través de un cristal enorme veíamos reflejada la luz en las aguas del río Ozama.  El lugar conserva un nombre francés: “Sans Soucí”.  Desde entonces sueño con hacer el guión para una película acerca de las islas del Caribe.

 –Mi padre fue a Santo Domingo como mediador en una disputa sobre un cargamento de arenques noruegos.  Las cajas se rompieron al caer de una grúa en el muelle.  Los estibadores devoraron los arenques.  Era un lío entre los embarcadores y una compañía de seguros.  –¿Ha tratado de redactar el guión?  –Está en mi cabeza cada escena.  –Sáquelas de la imaginación y descríbalas en un papel.  –Eso no es fácil; espero algún día poder realizar ese proyecto.  –¿Oye ese sonido rítmico que viene del bar?  ¿Son tambores de acero?  –Es “reggae”.  –¿No se cantan ya los viejos calipsos de Belafonte?  –También se escucha esa música; tiene su público y su oportunidad.

 –Siendo niña cuidaba una cotorra en Bridgetown.  Le daba de comer dos veces al día; al levantarme y al anochecer; la cotorra, invariablemente, gritaba: buenos días o buenas noches.  Años después me hicieron caer en cuenta de que la cotorra “dice lo que sabe pero no sabe lo que dice”.  Eso ocurre con algunos escritores: escriben lo que saben pero no saben lo que escriben.  Cuando pasan al fin por el trapiche del trabajo, por la proximidad de la muerte o los turbiones del amor, entonces logran tocar con sus manos los contornos más ásperos de la vida humana.  A partir de ese momento pueden escribir con eficacia.

 –¿Sabía que dos militares ingleses enemistados conquistaron Jamaica tras fracasar en Santo Domingo? –Descuide, el guión no tendrá piratas ni conquistadores.  Cuando regresemos a la casa quiero leerle el soneto 43 de Elizabeth Barret; portuguesa fingida, lo dedica a Robert Browning.

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