A PLENO PULMÓN
Ancianos  galardonados

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Ancianos  galardonados

El dramaturgo norteamericano Arthur Miller recibió el Premio Jerusalén de Literatura en el 2003.  Tenía entonces ochenta y ocho años de edad.  Miller era hijo de emigrantes judíos asentados en Brooklyn.  “costeó sus estudios trabajando como dependiente en una casa de venta de repuestos de coches durante la gran depresión económica de los Estados Unidos, en los años veinte y treinta”.  Esta información fue publicada en Israel al concedérsele el premio.  Alcanzó fama en todo el mundo cuando su obra teatral “La muerte de un viajante” fue llevada al cine.  La boda con Marilyn Monroe lo convirtió en una “celebridad social” de Nueva York.

 El puntilloso Arthur Miller puso condiciones para aceptar el premio: no quería recibirlo de manos del cuestionado ministro israelí Ariel Sharon.  Miller fue un durísimo crítico de la politica “guerrerista” del Presidente Bush en Irak.  Antes ganaron el premio: Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Milán Kundera, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa.  Los intelectuales, por regla general, son reacios a admitir las cosas “tal como ellas son”.  Los artistas pretenden que la realidad se configure según sus deseos o ideales.  Esos ideales pueden ser nobilísimos: esperanzas de justicia social o de equidad entre las razas; exigencias de dignidad en el comportamiento de los ministros.  Los intelectuales y los artistas confían en que las normas éticas y la racionalidad prevalecerán a la larga.

 Ese “espíritu ascendente” los lleva a chocar con “la civilidad”, con el hábito inmemorial de “pactar” con los tramposos, de transigir “para mejor vivir” y evitar conflictos.  La enorme distancia que existe entre el “deber ser” y el “poder ser”, impide a ciertos intelectuales entregarse a la política; una actividad fundada en la simulación, dirigida al control y al dominio.

 Artistas e intelectuales tienen la misión de restaurar la relación del hombre con lo sagrado, de respetar las piedras, hojas y pájaros, que alberga el universo mundo.  La obra de Dios, sea en la historia o en el espacio cósmico, se despliega hacia la perfección con  la ayuda del hombre, agente, objeto y sujeto de ese larguísimo proceso.  Los artistas tienen razón: pero el tránsito es lento y el camino tortuoso.  No debe extrañar que reciban los premios en la ancianidad.

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