A PLENO PULMÓN
Angustias y miedos

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Angustias y miedos

Los habitantes de la isla de Santo Domingo viven oscilando entre el miedo y la angustia.  El filósofo Martín Heidegger estuvo ocupado una vez en distinguir el miedo de la angustia.  Explicó que sentimos miedo ante objetos determinados: una explosión, un león hambriento, una pistola que nos apunta.  En cambio, la angustia es un sentimiento difuso que se produce  “ante nada determinado”.  Heidegger concluyó en que la angustia  nos pone en contacto con la nada.  Nos angustiamos porque no sabemos a qué atenernos frente a las cosas que nos rodean.  No se trata de realidades especificas; de la atmósfera que nos envuelve procede la angustia que sentimos. 

 Estos miedos y angustias de que nos habla Heidegger constituyen problemas filosóficos, enigmas metafísicos de la existencia humana.  Pero podemos trasladar dichos conceptos al ámbito social y aplicarlos concretamente a la política.  Los dominicanos no están seguros de que sus conversaciones telefónicas no serán escuchadas por espías.  Piensan que lo hablado en sus casas puede ser oído por los “calieses”, aun cuando el teléfono esté cerrado o “descolgado”.  Creen  que sus computadores pueden ser “revisados” mediante refinados artificios tecnológicos.  Suponen estar siempre vigilados por el Estado o por personas poderosas interesadas en hacerlo.

Esa sensación de impotencia y desvalimiento no es una afección paranoide,  modalidad del delirio persecutorio.  Es una situación real;  los patios de nuestras casas podrían ser fotografiados con detalles, lo mismo desde un satélite que desde un helicóptero.  El sólo hecho de que esto sea posible abre un camino adicional a la angustia colectiva.  Que esté ocurriendo o no, es cuestión menor para fines emocionales. 

Asesinos a sueldo, ladrones y atracadores, son problemas de todos los días que añaden tensión a la vida urbana, en Santo Domingo y muchos otros lugares. Cada vez más se expande la convicción de que estamos siendo engañados por quienes venden medicamentos, comestibles, contratos de servicios domésticos. La deshonestidad “se da por descontada”. Los técnicos especializados hacen trampas con electrodomésticos, motores y toda clase de equipos.  Hasta ahora los políticos no han sido capaces de conjurar el miedo a los delincuentes, ni crear esperanzas de mejorar “el orden público”.  Y los economistas no consiguen suprimir las angustias financieras o laborables.

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