A PLENO PULMÓN
Animal sinvergüenzón

A PLENO PULMÓN<BR>Animal sinvergüenzón

Desde que el mundo es mundo la sinvergüencería ha estado presente.  No hay más que leer unos pocos salmos para tener constancia documentada de la trapacería humana.  Muchos salmos fueron compuestos por David, rey de los judíos, mil años antes del nacimiento de Cristo.  En el salmo 10, versillos del dos al siete, leemos: “El malvado se impone y aplasta al humilde; que queda atrapado en las trampas que maquina.  El malvado se jacta de la avidez de su alma, el aprovechador maldice y desprecia al Señor.  Enrisca su nariz y no se preocupa: “no hay Dios “, dice; eso es todo lo que piensa.   En todas sus empresas le va bien, tus sentencias son muy altas para él, barre con un soplo a todos sus rivales”.

 El salmo continúa de este modo: “Dice en su corazón: “soy inquebrantable, la desgracia no me alcanzará”.  Su boca está llena de perfidia, de fraude y amenazas; sus palabras inspiran injusticia y maldad”.   Las puertas de las casas tienen cerraduras y trancas porque hay ladrones; cuando usted paga una cuenta exige recibo: no confía en el cobrador; desea conservar un comprobante del dinero entregado.  Por eso, donde almacenan objetos valiosos debe haber siempre guardianes.  Los hombres con experiencia en negocios, los políticos con largo ejercicio, cuentan con la sinvergüencería y “mala fe”.  Ambas cosas son “endémicas”; no pueden ser extirpadas, ni por la violencia, ni por el consejo.

 Las sabidurías administrativas de los grandes empresarios parten de dos asuntos principales: atender continuamente sus negocios; contar con la inevitable intervención de la sinvergüencería.  Claro está que algunos empresarios son más inteligentes que otros; tienen la agudeza de ver oportunidades que los demás no ven.  Los menos inteligentes alcanzan el éxito con sólo practicar “las reglas”: asiduidad en el trabajo y previsión de la sinvergüencería.

 Con los políticos ocurre igual; su éxito depende de la atención permanente a sus objetivos, de utilizar en su provecho la sinvergüencería ajena.  La multiforme sinvergüencería de los seres humanos es “impulso previsible” de las conductas.  Un político que no prevea la sinvergüencería de sus seguidores tendrá tantos problemas como si no toma en cuenta la de los opositores.  El hombre es un “animal sinvergüenzón”.

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