A PLENO PULMÓN
Anonimato y nombradía

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Anonimato y nombradía

Es muy satisfactorio pasear por las calles de una gran ciudad donde lo más probable es no topar con gente conocida y preguntona.  –¿Qué haces aquí?  ¿Cómo te atreves a salir con esa clase de gorra con orejeras?  ¿Qué dirían en Santo Domingo si te vieran con esa ropa tan arrugada?  Tienes entonces que explicar: –escuché el “parte meteorológico” para Nueva York y su vecindad; se espera que baje la temperatura; sólo traje una maleta pequeña; la ropa cabe con dificultad, todo termina ajado, realmente, exprimido.  ¡Eso no tiene arreglo! –¿Andas sólo? ¿Tu mujer no está contigo? ¿Qué vas  a hacer hoy?  ¿Cuándo piensas regresar?

El anonimato nos parece una “libertad añadida”. Permite vagar a nuestro antojo, salir sin afeitarnos, usar una gorra de retrasado mental con piezas de cuatro colores.   Llegamos a creer, equivocadamente, que “el encuentro” fortuito con un conocido es una “disminución” de la libertad, una interrupción “inoportuna”.  Si se nos extraviara el pasaporte o nuestra esposa sufriera un sincope, desearíamos que el taxista fuera bien conocido, que el medico hubiese sido un compañero de estudios en la escuela secundaria.  En esos casos, seria mejor ser reconocido inmediatamente y que el funcionario dijera: en veinte minutos expediremos un nuevo documento.

En una ocasión vi un sujeto, apoyado en dos muletas, que esperaba la llegada de un autobús.  En ese momento, frente a la parada de autobuses,  reparaban los cables soterrados de alta tensión.  El autobús no pudo detenerse en el lugar habitual; entonces el hombre soltó las muletas, las colocó bajo el brazo, y corrió con agilidad para abordar el autobús.  Detrás corrí yo y subí también.  El tipo dejó escapar una mala palabra en español.  Al parecer, no era neoyorquino.   –¿Qué le pasa en las piernas?  pregunté.       –Nada; uso las muletas para descansar la espalda en lo que “exploro” todo Manhattan a pie.

–Aquí nadie me conoce, los policías me ayudan a cruzar en las calles muy congestionadas.  Las muletas indican que no puedo valerme en caso de que el semáforo cambie de color.  En las cafeterías me atienden rápidamente.  Las muletas me sirven para colgar este aparato de radio, llevar sobres con galletas de avena; y para “aflojar” las vértebras.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas