A PLENO PULMÓN
Anunciar primavera

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Muchos poetas de lengua española han utilizado la fuerza viril y explosiva de las vocales O y A.  En la RD tenemos a Franklin Mieses Burgos, quien escribió en los años 1945-1947 “Doce sonetos y una canción a la rosa”.  En el soneto “Humilde mayo” podemos sentir como retumban los acentos en A y O.  “Mayo trajo la flor, la milagrosa/ palabra vegetal que arrulla el viento./ Mayo pobló su propio firmamento/ con la sola presencia de una rosa./” El poeta se convierte, por efectos musicales de las vocales tónicas, en “trompetista” anunciador de la primavera. “Única roja rosa amanecida./ Rosa de una estación empobrecida/¡Sólo con ella fue la primavera!”

 1492 es el año de publicación de la gramática de Nebrija; es también la fecha del edicto de expulsión de los judíos sefardíes; de la caída de Granada, ultimo reducto de de la dominación árabe de España.  Además, ese año el primer almirante don Cristóbal desembarcó en un continente desconocido por europeos.  En España se iniciaba entonces la unificación de varios reinos: castellanos, aragoneses, leoneses, intentaban vivir con las mismas leyes, bajo una autoridad común. 

Los estudiantes de bachillerato saben que la invasión árabe de la península ibérica provocó una lucha que duró más de siete siglos.   Solamente el norte de España estuvo libre del control musulmán.  El sepulcro de los reyes católicos, en Granada, tiene una famosa inscripción en latín; Isabel y Fernando: “postradores de los mahometanos y extintores de las herejías”. 

La lengua española hizo, lentamente, la “conquista” y recolonización de todas la regiones arabizadas desde la batalla de Guadalete, en 711, hasta la caída de  Granada, en 1492.    Las lenguas las construyen hombres de la calle, gente común   –el personaje colectivo Mingo Revulgo-.  Pero esas lenguas, que hacen los pueblos, las refinan los escritores.  Poetas, pensadores, científicos, compositores de canciones, amplían nuestro horizonte de posibilidades, intelectuales y sentimentales, al enriquecer el idioma que hablamos y escribimos.  Para que así ocurra debe “asentarse” primero una literatura con rasgos definidos; y aparecer la flor del pensamiento filosófico.  Fue una fortuna para los franceses que Descartes publicara en 1637 el “Discurso del método” en lengua vernácula, no en latín, como era la costumbre académica.

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