Estoy envejeciendo, lentamente; sin embargo, me siento bien, trabajo satisfactoriamente, bebo pocos medicamentos. Fuera de los inconvenientes prácticos que te he contado, la buena salud me permite disfrutar de comidas suculentas y aguardientes fuertes. No abuso de ninguna de las dos cosas para no provocar al diablo, como dice cierto amigo periodista. Escribo tozudamente todas las mañanas para hacer el ejercicio literario que recomendabas, frente a la casa de Exenta, en tu chocante academia de vidas y letras. (Como debes saber, ella emigró a los EUA después de su matrimonio con un diplomático de apellido Temblord).
He llegado a la conclusión de que las letras dependen de la vida. La única literatura eficaz y duradera es aquella que brota de la existencia colectiva con el mismo vigor que una rama del tronco de un árbol. Me parece que los caligramas son juegos inútiles en los cuales puede aparecer, ocasionalmente, alguna expresión memorable. Todo depende del talento de quien haga el caligrama. No llamo caligrama solamente al poema visual que dibuja o sugiere, con la colocación de las letras, figuras de objetos, vivos o inertes.
Estos experimentos los hizo en nuestra época el poeta francés Guillaume Apollinaire; también otro Guillermo, caribeño, Cabrera Infante. Llamo caligrama a cualquier producto literario en el que las palabras, las formas, técnicas de composición, son más importantes que las vidas que rodean al escritor. De aquí surge una gran dificultad, pues todos procedemos del cubismo y del surrealismo. Los movimientos poéticos de comienzos del siglo XX privilegiaron la imagen; concedieron a la imagen sorprendente un valor desmesurado.
Decimos: la mecedora me mira y se ríe; desde sus curvos balances intenta burlarse de nosotros. Benjamín Péret sostenía que la ceniza es la enfermedad que consume al cigarro. El ingenio y la gracia funcionan en la literatura como la pimienta y el orégano en la cocina. Meros condimentos que no pretenden sustituir las materia primas del plato principal. Tu academia de vidas y letras, con nombre irónico, aludía a una cuestión fundamental. Es por eso, apreciada Pretexta, que no he logrado aprender a escribir. Tengo la esperanza de verte otra vez en la tienda de relojes. El tiempo transcurrido tal vez pueda encogerse.