A PLENO PULMÓN
Apreciada Pretexta: (III)

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Además de informarte sobre mi salud, mis hábitos y trabajos, es obligatorio que, después de tantos años, aclare algunos pareceres sobre el oficio de escribir.  Me molestaba mucho que se burlaran de ti –los peores estudiantes- llamándote “mujer prosódica y gramáticosa”.  Recuerdo el día en que la profesora Alicia explicó que las flores son “órganos reproductivos” de las plantas.  Las especies “criptógamas” no tienen flores; llevan ocultos los órganos sexuales; las “fanerógamas”, en cambio, muestran los pétalos de su aparato reproductor a todos los insectos que se acercan.  El atrevido Jacinto aplicaba esta clasificación botánica a las niñas de nuestro curso. 

“Fulana no se deja ver la ropa interior ni siquiera cuando salta para golpear la pelota de volibol; es una mujer criptógama”.  Ustedes jamás se enteraban de estas tonterías que los varones cuchicheaban.  Te oí decir un día: “cada oficio tiene su tono; pero la realidad es la misma”.  No entendí del todo esa frase lacónica.  Con el curso de los años aprendí que los periodistas escriben: “un asesinato fue cometido anoche…”  Fijan únicamente los contornos del suceso.  Un sacerdote diría: “el crimen es pecado”; el decálogo ordena: “no matarás”.  Le interesa el sentido moral de los actos individuales.  El abogado “mide” el delito de asesinato con arreglo al Código.  Sólo mira las consecuencias sociales de la conducta.

Un poeta, menos preciso pero más profundo, podría decir: “la muerte intrusa, invasora, destruye a su paso goces y dolores”.  Busca el significado humano de “lo que pasa”.   Si un hombre y una mujer se oprimen en un beso desaparece la visión, el oído, el reloj; es el triunfo absoluto del tacto.  Esos instantes en sucesión que componen la vida, los dispersa la muerte.  Ella pulveriza el beso, anula los recuerdos; nos inhabilita para morder o gritar.  En la buena literatura encontramos la “vida perdurable” de todos los besos, los recuerdos, mordiscos, gritos y dolores, que desaparecen de la conciencia al morir.  La muerte hace el drenaje de la memoria y derrama su agua sobre la nada.

La literatura quizás sea un método primitivo de recoger esos “humedales perdidos”… y ofrecerlos nuevamente al público.  Apreciada Pretexta, intuías todo esto desde joven; pero lo expresabas “en abreviatura”.

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