A PLENO PULMÓN
Apreciada Pretexta: (V)

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Hace dos semanas soñé que estaba en el patio de una casa de la ciudad colonial, frente al brocal de un pozo con tapa oxidada, sentado en una mecedora.  Fue un sueño convincente, con sensaciones táctiles y olfatorias casi reales.  Mientras la mecedora iba hacia atrás, yo miraba el follaje escaso de una vieja mata de guanábanas; cuando la mecedora regresaba, sentía el aire rozándome las mejillas y veía ratones grises asomando por los desagües llenos de hojas.  Percibía claramente que en los alrededores de esos patios la vida humana se había desvaído.

 Latían, sin lugar a dudas, los pulsos de hembras y varones; pero “con baja frecuencia”, como si fuesen animales hibernando.  Todo parecía estancado o entumecido.  Estancadas las actividades económicas, las iniciativas cívicas, las reparaciones de viviendas.  Los pensamientos, las emociones, las “preguntas pertinentes”, parecían estar represadas.  La atmósfera de la antigua ciudad colonial se había enrarecido.  ¿Por efecto de la pobreza? ¿De la política despótica?  Algunas “señoras mayores”, con hábitos señoriales, cultivaban parras en pérgolas de alambre.  Recordé, al despertar, que en una ocasión robé un racimo de uvas a doña Abigail Mejía.

 Lo corté desde un techo vecino donde trepé con ayuda de una escalera.  La buena señora tenía los racimos cubiertos con fundas de papel de estraza “para que los insectos no ensuciaran la piel de las frutas”.  Accedí a compartir las uvas con un joven compañero por su “oportuna colaboración”.  Él me indicaba, mirando a través de una rendija, cuando la dueña de la parra se alejaba de su pérgola.

 Apreciada Pretexta, en aquel mundo anquilosado, en el que viviste tantos años, no había la décima parte de la maldad que supura hoy por todos lados. También yo respiré algún tiempo dentro de esa “tienda de oxígeno” de anticuadas costumbres.  Sabes bien que aquel pequeño universo “de pobreza soportable”, de “ligero bienestar”, fue una comunidad “medianera”, situada entre la miseria extrema de los “barrios de las alturas” y las nuevas zonas residenciales surgidas en la última década del trujillato.  Ni los olores del Mar Caribe, ni el aleteo de las palomas de las ruinas de la iglesia de San Francisco, consiguen descomponer tu aguda percepción.  Dios te guarde.

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