A PLENO PULMÓN
¿Ateísmo militante?

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Un profesor universitario, experto en estadística, me dijo con entonación risueña: “los muertos no salen”.  Hemos ido a los cementerios para “levantar” un censo de los difuntos de los últimos cincuenta años; organizamos los datos por orden cronológico y alfabético; realizamos entonces una encuesta en tres provincias muy pobladas; indagamos acerca de los apellidos de los muertos que se decía “habían salido”.  Comprobamos no había entre ellos ningún Álvarez, ningún Báez, ningún Camilo, y así procedimos hasta agotar el alfabeto.

Ese profesor había leído la noticia del  establecimiento de una congregación de ateos, en cuyo local se celebrarían reuniones para refutar, uno a uno, cientos de pasajes del Antiguo Testamento y, de paso, demostrar que Dios no existe.  Explicó que si los muertos “no pueden salir”, por imposibilidad biológica o física, no vale la pena hacer “registros” de lápidas en los cementerios.  Y si Dios no existe, tampoco tenemos necesidad de atacar, a sablazos dialécticos, una entidad vaporosa o imaginaria.  El “templo de los ateos” no podría ser un lugar para el culto, pues, en este caso, tendría que ser un culto a lo inexistente.

Chocaba al profesor y estadígrafo que “nuevos enciclopedistas” regresaran, con recursos audiovisuales y equipos electrónicos, al siglo XVII.  Echaba en falta que alguien dijera a los ateos que si bien es muy difícil demostrar la existencia de Dios, no lo es menos comprobar su no existencia. Algunos “logicistas” contemporáneos dirían que se trata de un problema inabordable para las matemáticas.  Cuando era estudiante leí el escrito de un cultísimo discípulo de Ortega; sostenía que ya no había odio a Dios, esto es, ateísmo militante; sino un olvido de Dios; que ya ni siquiera se planteaba el problema de su negación.

Ahora, junto con actitudes intelectuales propias de la Ilustración, parece que retorna también el “ateísmo militante”: un esfuerzo por rechazar, con aparente irritación, la posibilidad del Ser Trascendente.  Supongo que de haber un altar en el cuartel general de los ateos incluiría una campana neumática para “ilustrar la vaciedad”.  ¿Por qué hay mundo y no más bien nada? Es la pregunta de Heidegger.  El universo-mundo es algo cuya presencia no podemos explicarnos adecuadamente. ¿Es hoy un mundo con urticaria teológica?

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