En los centros de chismorreo político de Santo Domingo, en barras, clubes, tertulias after office o después de las cinco, merodean siempre sujetos fronterizos, esto es, a medio camino entre la normalidad y alguna patología imprecisa. Son tipos que llaman atronados. Los truenos suelen ser en la cabeza, según explican los más próximos: algo le pasa; quizás no vino al mundo completamente cuerdo; pero se ha criado, trabaja, juega billetes de lotería, opina sobre las noticias; a veces habla como un descosido. Y terminan con la advertencia: no todo se puede decir delante de él. Además, lo que oye lo cuenta a cien personas el mismo día.
Estos individuos de comportamiento desigual e ideación espasmódica, lanzan abruptamente dictámenes radicales acerca de sucesos y personas: ese hombre no sirve para nada; eso que salió ayer en el periódico es una patraña inventada por fulano de tal. Se expresan generalmente con frases populares hilarantes: voy peso a cabo de tubano que el fiscal no meterá preso a ningún implicado en ese escándalo de drogas. Lo mejor de todo es que esos atronados tienen razón la mayor parte de las veces. Sus juicios, de valor o de anticipación, resultan rigurosamente exactos. Aquel hombre, a quien calificaba sin conocerlo, efectivamente, no servia para nada, la noticia, era una patraña, el fiscal no expidió ordenes de prisión.
No todos los locos van al manicomio. Son muchos los que andan sueltos, sin tratamiento médico. La locura no puede diagnosticarse a través de exámenes de sangre o mediante radiografías de la cabeza. El atronamiento no es una seña particular que aparezca en la cédula personal de identidad. Nadie puede saber quién es loco hasta que el mismo loco se encarga de hacerlo patente. Un atronado de cafetería, especializado en denuncias de malversaciones de fondos públicos, lo aclara jocosamente: cuando el mojón está en la mesa ya no cabe la menor duda; es loco a todo meter.
Pero estos locos socialmente aceptados que menciono tienen pocas revoluciones en el motor cerebral; son serenos; no presentan signos de sufrir ningún problema. Caminan sin brincos intermitentes, no sacan la lengua, saludan a los policías, manejan bien los cubiertos a la hora de comer. ¡Son inteligentes!