A PLENO PULMÓN
Cabezas troqueladas

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Una gran parte de los jóvenes de hoy no logra “hacerse cargo”, imaginativamente, de la situación en que vivía el pueblo dominicano durante la dictadura de Trujillo.  No pueden concebir tanto miedo, ni adulación tan grande; no entienden cómo nuestra sociedad llegó a la sumisión total.  Les parece imposible que los “esbirros del régimen” se comportaran tan rudamente.  Creen que tal vez haya algún exceso en la descripción; un poco de énfasis teatral en los narradores de las torturas, atropellos, asesinatos, que caracterizaron aquella época espantosa. 

Después de leer u oír testimonios de presos maltratados al ser detenidos, vejados en las prisiones y cámaras de tormento, piensan que son “casos excepcionales”; que no era esa la “regla ordinaria”, el hábito de todos los días.  ¿Es razonable negar el Exequátur para ejercer una profesión a un estudiante universitario que haya cumplido con todos los requisitos académicos?  ¿Es necesario castigar con la violación a un joven atleta por haber hablado burlonamente del uniforme de gala de Trujillo, lleno de adornos dorados, charreteras, caireles?  Estas preguntas las hacen muchos jóvenes, asombrados ante ese  rigor represivo.

 Anteayer, en el editorial del periódico Diario Libre, apareció una expresión con la que se intenta explicar la atmósfera social de las tiranías: “las dictaduras perduran porque crean “una cultura” que las sostiene”.  Recuerdo a menudo la frase que un profesor amable repetía a cierto “joven rebelde” de los años sesenta: “los disparates no tumban gobiernos”.  Ninguna locura,  abuso o crueldad, haría caer a Trujillo; el gasto enorme de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre era “un disparate”; pero ni las más penosas estrecheces económicas hacen mella a un régimen asentado en el terror.

La dictadura es una “costumbre hispanoamericana” difícil de erradicar. El libertador Simón Bolívar, al final de sus luchas, percibió el carácter trágico de “proclamar” democracias políticas en sociedades donde no había demócratas.  La dictadura tiene a su servicio el miedo, el dinero, las armas, la tradición establecida.  La democracia exige un “ejercicio cardiovascular” para acomodar a la libertad el ritmo cardiaco y la presión arterial de los ciudadanos; un entrenamiento para la vida civil que ya hemos comenzado. Los jóvenes viven en otro tiempo.

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