En Palmar de Ocoa vi hace años unas nasas para atrapar langostas construidas con tela metálica. Los pescadores las colocaban bajo el agua, a poca profundidad; la entrada de cada nasa era un retorcido laberinto helicoidal. Grandes langostas penetraban por las aberturas y no lograban salir porque pinzas, patas y antenas, se enredaban en el bucle de las bocas de las trampas. El dueño del único bar que había entonces en Sabana Buey me dijo: a las langostas les ocurre con las nasas lo mismo que a los hombres con las mujeres. El que se mete con una mujer sabe cuando entró; pero no sabe cuándo saldrá.
A lo mejor le nacen tres hijos y pasan 20 años. ¿Quién le explicó estas cosas? Nadie; las pensé por mi propia cuenta, sólo por estar vivo. Los pescadores de aquí son más inteligentes que los tipos de la ciudad que vacacionan en bahía de Ocoa. Y si no lo cree, pregúntele a alguno de ellos como nadan los calamares en los bajos de Azua. ¿Qué quiere decir con eso? Los calamares andan en escuadrones; retroceden o avanzan, a la izquierda o a la derecha, todos juntos, en formación. Así hacen los políticos de la RD, sin soltar tinta.
Cualquier yolero puede enseñarle a pescar, lo mismo peces que dinero. ¡Haga la prueba! Seguiré su consejo, amigo. Al atardecer me acerqué a un bote azul, con motor fuera-borda, llamado Calixto ¿Puede usted llevarme a pescar en su bote? Si hay buen tiempo; de lo contrario, la comandancia no dejará salir embarcaciones. Yo no saldría; le tengo miedo al mar picado. Le pagaré sus servicios; ojalá no sople demasiado viento. Cuatro horas después subí al bote. El yolero quitó una cubierta plástica a una batería, luego echó al agua una lámpara blanca que conectó a la batería con unas abrazaderas de presión.
En la obscuridad de la noche la lámpara iluminaba los alrededores del bote. Millares de calamares pasaban a nuestro lado. La carnada la da Dios, sentenció el yolero. Empuñó una manga de mosquitero y sacó media docena de calamares. Al tocarlos, sus dedos quedaron fosforescentes. Si ve algo raro flotando, dígamelo, para regresar enseguida a la costa.