Caminar por la calle principal de una pequeña ciudad, así sea una sola vez, es para un periodista la oportunidad de recibir una concentrada lección sobre la vida de sus habitantes. Una lección global: histórica, política, sociológica y económica. Es frecuente que esa calle principal sea un muestrario de las clases sociales del lugar; y del carácter de su trato o interacción. A veces, en una punta de la calle residen las personas importantes, los hombres adinerados, los dignatarios en autoridad, el cura, el director de la escuela secundaria; luego la calle empieza a reducirse desde el punto de vista social.
En ocasiones la reducción consiste en que, en vez de residencias privadas hay diminutos negocios de comestibles, bares, billares públicos; dicha reducción también puede ser geométrica: la calle se estrecha en algunas porciones de su curso hacia la pobreza; o están descuidados los contenes e imbornales de las cunetas. Recuerdo bien la acogedora comunidad de La Vega, en los años cincuenta. Acompañado por mi abuela recorría pequeñas distancias que contenían la vida completa de la ciudad olímpica. Desde las ventas de longaniza y chicharrones, hasta los talleres de confección de camas para camiones.
Los pobladores de clase media, asentados en las calles que cruzan la principal, saludaban, hablaban, se codeaban, tanto con los de arriba como con los de abajo. No había manera de que las clases se ignoraran unas a otras. Los distingos sociales se mantenían dentro de límites razonables. El pobre sabía que era pobre; pero estaba seguro de que podía dirigir la palabra al rico sin recibir un desplante. El rico, a su vez, no contaba con el odio del pobre. Supe la historia de un finquero rico que se emborrachó en una barra y se quedó dormido. Los sirvientes lo llevaron cargado a su casa sin despojarlo de su billetera.
En nuestras pobrísimas comunidades de entonces no existía la posibilidad de que los Cabot solamente hablaran a los Lodge, como se dice llegó a ocurrir hace un siglo en el Boston aristocrático. En La Vega, un extremo de la calle llevaba a la crema y nata; el otro, conducía a el tripero. El amor, obligatoriamente, era el primer contacto interclasista.